Este nuevo grito ciudadano, contra los responsables de la crisis financiera, traduce la impotencia de las leyes y los gobernados para evitar o reprimir los desmanes de la clase dirigente. “Que dimitan o se suiciden”. El senador republicano Charles Grassley ha expresado el odio colectivo que padece la sociedad estadounidense hacia la casta financiera que sigue cobrando primas de éxito, tras haber arruinado a las corporaciones salvadas, “in extremis”, con fondos públicos de los contribuyentes. Se produce escándalo porque: 1. Los sobresueldos con porcentajes de beneficios no son mero chocolate del loro, sino el incentivo que ha generado la quiebra del sistema financiero y asegurador con operaciones generalizadas de alto riesgo. 2. Obama era consciente de que su adversario seria el clan washingtoniano, y confió en su propia fuerza para dominarlo, pero no sabía que la clase política es la unión funcional de la clase gobernante con la dirigente de la economía. No conocía la fórmula de las tres C, conciencia, coherencia y conspiración, que Meisel (1958) aplicó para concretar el concepto abstracto de clase política. La conciencia y la coherencia de grupo la demostraba el continuo trasvase de altos ejecutivos al Gobierno y a la inversa. La conspiración la prueba el Secretario del Tesoro, Geithner, al confesar que funcionarios de su departamento pidieron al senador Dodd que borrara del texto de la ley de estímulo, después de aprobada, el apartado que prohibía premiar a ejecutivos de empresas asistidas con fondos públicos.   En España, conciencia, coherencia y conspiración se amalgaman con la cuarta C del consenso voluntario, que sustituyó al bloque hormigonado de la dictadura. Sin ruptura cultural con ésta, el partidismo de la Monarquía se fraguó, con la clase dirigente de las finanzas y los medios de comunicación, en una clase política que ni es representativa de la sociedad civil, a causa del sistema proporcional, ni está legitimada con la democracia formal, por no proceder de la libertad política y permanecer indivisa mediante la no separación del poder legislativo respecto del ejecutivo. La corrupción no es fruto de la avaricia ni de la codicia de la clase gobernante, como se dice de la clase dirigente en otros lares democráticos, sino del propio Régimen oligárquico de gobierno. En su día, ridiculizamos a los economistas que, confundiendo el efecto con la causa, atribuyeron la crisis a una falta de confianza en el sistema bancario. Ahora denunciamos la vulgaridad de la prensa que llama codicia al agio, motor de la bolsa y de la especulación, y avaricia al ánimo de lucro, consustancial a la economía de mercado.   florilegio "Sin placer de atesorar no hay avaricia y sin concupiscencia no hay codicia."

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