En una UE paralizada institucionalmente desde el No irlandés, sin planes de ampliación a otros países y sin órgano unitario de decisión para afrontar la crisis económica con el mismo criterio, las elecciones europeas carecen de interés político, a no ser el de colocar, con buen sueldo, a las sobrantes ambiciones de partido, y el de hacer una especie de ensayo general que, cual carísima encuesta, anticipe el resultado de las posteriores elecciones nacionales. Bajo esta perspectiva, es inevitable preguntarse por qué y para qué se participa en tan inútiles comicios. Pues lo sorprendente no es que voten muy pocos, sino que vote alguien que no sea familiar del candidato en busca de empleo. Los portavoces de los partidos españoles insisten en la retórica de la importancia de estas elecciones, sin aclarar en qué consiste esa importancia que nadie percibe, salvo los iluminados “Ciudadanos” que, para dicha de Rosa Díez, encuentran en ellas la ocasión de su cruzada con Walesa en Polonia. Al menos, en Francia y Alemania se está planteando el tema del proteccionismo nacional, al que todos consideran muy perjudicial para combatir la crisis global, pero del que ningún gobernante escapa. Aunque las elecciones nacionales de lista legislativa no sirvan para elegir representaciones de la sociedad civil, son muy útiles para designar al poder ejecutivo y al judicial, y repartir la cuota de poder correspondiente a cada partido en toda institución o empresa pública. Se entiende, así, que una sociedad sin pasión por la libertad política ni por la verdad, y sin conocimiento de lo que es la democracia como forma de gobierno, pero que aprecia la eficacia, continúe votando listas de diputados elegidos por los aparatos de partido. Para sentirse demócrata en España, basta poner cada cuatro años un papel en las urnas con la lista de alguno de los partidos financiados por los contribuyentes. En desquite de esta vejación de la libertad de elegir, las elecciones europeas nos ofrecen la ocasión de hacerlas útiles para España mediante una abstención masiva, que no comportaría riesgo alguno de vacío de poder, como se dice tópicamente contra la abstención en elecciones nacionales. Sería lo más parecido en utilidad social a una huelga general, gratis y sin servicios mínimos, contra un Gobierno y unos sindicatos que ponen en el último lugar de sus ocupaciones, aunque digan que es primera en sus preocupaciones, las medidas necesarias contra la generalización del paro. La abstención seria el único lujo político que puede permitirse España en tiempos de depresión. florilegio "No aprovechar las ocasiones de humillación impune al poder arbitrario del Estado denigra más que la servidumbre por temor, tradición o precio."