A través de sus peones de brega los EE.UU. y la URSS desarrollaron una estrategia de contención mutua en el tablero de la Guerra Fría. Así, Franco, un compañero de viaje del fascismo derrotado, al que los aliados hubieran podido derribar con un soplo militar, pasó a engrosar las filas de la lucha anticomunista. En los años setenta, Chile tampoco pudo zafarse de las consecuencias represivas que el miedo al comunismo generó. A Salvador Allende (un hombre digno hasta el último momento) y a sus seguidores, les hicieron pagar su ingenuidad e inconsciencia políticas. El “Gran Hermano” del Norte no iba a tolerar que se transitase por ninguna clase de camino hasta el socialismo. Las torturas y asesinatos del pinochetismo restablecieron el “orden” político y la ortodoxia económica. A finales de los ochenta, confiando en el reconocimiento de sus compatriotas y en el temor que les inspiraba, el dictador apoya la convocatoria de un plebiscito, cuyo resultado en contra de su permanencia en la jefatura del Estado fue respetado. Pinochet, sin embargo, sigue durante los ocho años siguientes como comandante en jefe del Ejército, y tutela la “transición a la democracia”. La oposición a la dictadura provocó la unión contra natura de la “Concertación” que ha dominado la escena política -dos presidentes democratacristianos (Alwin y Frei) y dos socialistas (Lagos y Bachelet)- hasta la irrupción de Sebastián Piñera, cuya victoria hubiera sido inimaginable sin su desligamiento de la figura de Pinochet, completamente desacreditada tras comprobarse que el “salvador” de Chile aprovechó su estancia en el Poder para enriquecerse: cosa natural entre jefes de Estado incontrolables e inviolables. Desgraciadamente, Chile sigue bajo el peso de algunas herencias: privilegios de un Ejército que se reserva una buena tajada de la exportación del cobre; un sistema electoral binominal; y la obligatoriedad del voto (con fuertes multas para los abstencionistas), provocando que tres millones de jóvenes no quieran inscribirse en el censo electoral. Después de la impecable etapa presidencial de Bachelet, cuyo índice de aprobación entre la ciudadanía chilena ha superado el 80%, a Piñera le resultará difícil dar virajes. Aunque el multimillonario (excelentes relaciones con el poder y monopolios: fórmula del éxito) se desvinculará de sus negocios (suponemos que de su gestión directa pero no de su propiedad) y dice que ya ha ganado suficiente dinero, y que por lo tanto, solo le mueve “servir” a Chile, late la sospecha de que sus afanes políticos estén conectados con sus intereses económicos. En todo caso, no podrá estar más de cuatro años seguidos en el Palacio de la Moneda.