El mundo oligárquico postmoderno ordena un avance sin tregua y sin meta. Librado a sí mismo, es, por eso mismo, un movimiento de naturaleza eminentemente suicida. Se extiende sin fin definido y sin coordenadas. Y lo que es peor: sin noción de sus raíces, de su historia. Nada más totalitario que la pretensión de que la historia no tiene ningún peso; de que el hoy es un abracadabra salido de la nada, y que por tanto nos lo podemos inventar a nuestro gusto. Se trata, en esencia, de un movimiento depredador, regocijado en su aventura sin leyes, pero, eso sí, armado de un reglamento hecho a su medida y labrado a golpes de oportunismo. En estas circunstancias, y sin ideales cuerdos en perspectiva, el recuerdo que se precisa para fundamentar la libertad torna en simple nostalgia, síntoma de impotencia. De lo cual se aprovechan las rapaces para proseguir su saqueo. Si la dictadura de una voluntad unitaria que éstos desprecian y aquéllos invocan incita ciertamente a la rebelión de los Pocos, su mano de hierro no es tan arbitraria como la pintan los que surfean en la ola de la postmodernidad. Y, además, el servilismo actual se fundamenta precisamente en la ilusión de creerse héroes –como ese rey traidor nuestro– de algo que ni muchísimo menos conquistaron con sus manos. Ellos menos que nadie –aplastante mayoría de conformistas de todo– pueden lamentarse de la dictadura. El truco lo descubre hasta un niño: su berrinche esconde la ambición de poder dictaminar ellos, ahora entre las grietas de la depravación oligárquica. Una oligarquía financiera y mediática europeizante que se comerá a España hasta donde les dejemos; complacida por la creciente disolución de la conciencia nacional, fruto de muchos siglos de empeños únicos e irreemplazables, nutrientes de la libertad; feliz ante los destapes de los independentismos y amiga de la depredación material y moral reinante, que confunden adrede con una libertad colectiva con la que jamás soñaron, no digamos ya comprendieron. Estos anónimos vampiros à la Ronald McDonald se han introducido subrepticiamente en todas las esferas de la vida nacional. Si bien en muchos casos el daño no es todavía irreparable, habrá que asistir a una irrecognoscibilidad aún mayor de nuestra identidad para que se active el magma interno de la nación y comience así a configurar el horizonte de su lealtad. "A pure theory of democracy" Publicada la traducción inglesa de "Frente a la gran mentira"