En su fervorosa defensa del ínclito Garzón, don Carlos Jiménez Villarejo, ex fiscal anticorrupción, alude en “El País” a la generosidad de los bancos y cajas de ahorro con las distintas asociaciones de jueces y fiscales a la hora de organizar congresos de magistrados y procurarles toda clase de comodidades. Así pues, la estrecha relación entre don Baltasar y su querido don Emilio Botín no debería llamar la atención, salvo que se tenga animadversión hacia el ejemplo universal que representa la estrella del firmamento judicial español. Es también sobradamente conocida la inmensa y “oscilante” deuda bancaria que soportan el PSOE y el PP, columnas de la Monarquía de Partidos. Ante un Régimen hipotecado por la corrupción, la recalcitrante ceguera ideológica de cierto materialismo sugiere la inutilidad de lo que toma por democracia, la cual no sería más que el decorado “formal” de las relaciones y transacciones reales que llevan a cabo los actores del poder vigente. Sin embargo, la corrupción hace inútil a la oligocracia (que es lo que padecemos) porque le es inherente. La democracia, en cambio, es el único sistema útil para cancelar las hipotecas de un poder que otorgan (libre de cargas) los ciudadanos a sus representantes. Donde hay verdadera democracia, el abuso del poder ejecutivo está impedido, o será rápidamente corregido, por otro poder institucional que lo vigila y controla permanentemente. Esa cínica mentalidad descansa en dos presupuestos o creencias sin los que no podría ser articulada. Un concepto patrimonial del poder, como bien hipotecable, y un concepto dictatorial de su ejercicio, como acto de autoridad incontrolable. Estas dos concepciones constituyen la verdadera hipoteca de la reforma de la dictadura que se formalizó durante la transición y que ha teñido de color neofranquista al poder personal del presidente de turno partidocrático. No obstante, se siguen produciendo homenajes del vicio a la virtud. Los discursos de los jefes de los partidos estatales a sus fieles y a sus meritorios están cortados con el mismo patrón que los sermones de antaño a los feligreses y al Frente de Juventudes. Lo que entonces era el peligro de la Carne ahora es el de la Corrupción. Un monstruo sin cara y sin ubicación, un enemigo exterior y abstracto que amenaza siempre a la castidad y autonomía del poder político. Sólo que esa fuerza corruptora no subsistiría sin la existencia de un poder corrompido en la sociedad política.