Tras caerse de un columpio, una niña de tres años murió, al cabo de unos días, a causa de una hemorragia interna: lo que condujo a un médico atrozmente negligente a sugerir la violación y asesinato de la criatura, que además, presentaba, aparentemente, rastros de quemaduras (en realidad, una dermatitis). Sin esperar a que el resultado de la autopsia aclarase las cosas, y merced a un protocolo de los servicios sanitarios para detectar casos de maltrato infantil, la policía detiene al padrastro, que, con las esposas puestas, es conducido a través de un pelotón de linchamiento verbal organizado por los vecinos del presunto culpable. Pronto, los detalles de este crimen abominable, son filtrados a unos medios de comunicación ávidos de sucesos que servir a su expectante clientela. La exposición que se hace de Diego, la víctima de la maquinaria burrocrática y del atropello mediático, es la de un perfecto monstruo, con un mirada de asesino de niñitas, tal como se apreciaba, con respetable sensacionalismo, en la portada dominical del ABC. En otros medios, menos serios, o directamente coloreados por el amarillismo, -y por supuesto, en el vertedero televisivo-, esta “noticia” fue regurgitada con delectación. La carnaza de las violaciones y asesinatos en las parrillas de las programaciones televisivas, la profusión y desmesurado tratamiento de los sucesos en la prensa, no obedece sólo a la degradación mediática, sino que también ceba la concupiscencia de consumir tal bazofia. Esta morbosa inclinación ya fue vista por Platón: “Al ver unos cadáveres, sintió a la vez un deseo violento de aproximarse para verlos y un temor mezclado de aversión, a la vista de cuadro semejante. Al pronto resistió y se tapó la cara, pero, cediendo al fin a la violencia de su deseo, se dirigió hacia los cadáveres, y, abriendo los ojos cuanto pudo, exclamó: “Y bien, desgraciados, gozad anchamente de tan magnífico espectáculo”. (De un pasaje de La República) Si los deseos de contemplar o ser contemplados no resultan vencidos por el pudor ni por la repugnancia, los voyeurs campan por sus respetos y el exhibicionismo se convierte en la operación para triunfar en la sociedad del espectáculo. Para contrarrestar el mito del buen salvaje, Diderot escribió el “suplemento al viaje de Bougainville”, donde narra cómo los jóvenes de Tahití debían copular en público mientras eran animados por los espectadores: a esto, sin duda, el “Gran hermano” le podría hincar el diente. "A pure theory of democracy" Publicada la traducción inglesa de "Frente a la gran mentira"