El Parlamento europeo ha suspendido la directiva del Consejo de Europa que acordó la libertad de empresarios y trabajadores para aumentar el tope de tiempo laboral, hasta sesenta y cinco horas semanales, mediante contratos individuales. Si en el plazo de ochenta días, a contar desde el 20 de enero próximo, el Consejo no envía al Parlamento una enmienda conciliadora, la directiva devendrá nula. El asunto es de envergadura. Pues, contra lo que aparece en la superficie de la dialéctica, no se trata sólo de una disputa de liberales contra socialdemócratas, o de conservadores de lo social frente a innovadores de la práctica laboral, como tampoco es una confrontación de intereses inmediatos entre Gran Bretaña, apoyada por los países del Este incorporados la UE, y el resto de los pueblos europeos. Lo que late en el fondo de la disputa es una diferencia sustancial de criterio político sobre el modo más eficiente y económico de resolver el problema de la competitividad europea, en el contexto de la Ronda de Doha, con una libertad mundial de comercio sin aranceles ni subvenciones, y en el oscuro texto de una crisis depresiva de la demanda cuyo final no se adivina. De un lado están los partidos y sindicatos estatales que no quieren progreso económico pagado con lo que consideran regreso social. No proponen plan alguno para evitar la deslocalización de las grandes industrias europeas en busca de paraísos de mano de obra barata, ni ofrecen ideas para mejorar de modo relevante la productividad europea. De otro lado se sitúan todos los empresarios que temen ser desplazados del mercado por los precios de los productos procedentes de los países emergentes, y todos los trabajadores que, en tiempos de penuria o de necesidad personal, prefieren trabajar más horas, en su propio provecho y en el de su empleador, antes que arriesgarse a perder el empleo, por quiebra de unas empresas devenidas incapaces de competir con la importación de mercancías más baratas que las suyas. Aumentar las horas de trabajo de modo voluntario es ciertamente un modo desesperado de aumentar la productividad. Pero no más desesperado que el de aferrarse a los derechos laborales para caer, muy abrazados a ellos, en el hondo precipicio al que se avecinará inexorablemente todo el sistema de seguridad social, pensiones y asistencia estatal, si la actual crisis depresiva de la economía se prolonga varios años, y la productividad europea no se aumenta con medios tecnológicos y fuentes de energía de mayor eficiencia. florilegio "Las conquistas sociales del pasado suelen ser rémoras de las conquistas futuras."