Los datos del sondeo realizado por Metroscopia para El País, como siempre ha sucedido en la Transición, indican que en esta Monarquía de los Partidos no existe opinión pública independiente o autónoma, sino tan sólo el grado de difusión entre el público de las opiniones contrapuestas de los partidos estatales mayoritarios. Nada importa que el número de parados esté ya cerca del 20 por ciento de la población activa, ni que un millón de familias (casi cuatro millones de personas) carezca de ingreso alguno por trabajo, o que las estadísticas de la macroeconomía digan que la restricción del consumo afecta a todas las categorías sociales. Lo único que cuenta en las opiniones personales sobre su propia realidad, o sea, sobre lo que sucede en la intimidad de sus casas, es lo que digan los partidos mayoritarios.   Mientras que el 81 por ciento califica la situación de mala, sin embargo el 56 por ciento opina que su economía familiar es buena o muy buena. Y como era de esperar, hay tres veces más optimistas entre los votantes del PSOE que entre los del PP, y mucho más pesimismo en éstos que en aquellos. En plena crisis económica, tres cuartas partes de la sociedad, el 74 por ciento de los encuestados está satisfecho con su vida. Incluso un tercio se siente ilusionado. Se diría que al PSOE lo votan los ricos y al PP los pobres. El mal de optimismo, arraigado en la mente de Zapatero, ha contagiado al 33 por ciento de la población. ¡Qué contraste con aquella célebre fórmula de la izquierda intelectual, la de Romain Roland que hizo suya Gramsci, pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad!   En una situación pésima como la actual, el optimismo de las inteligencias que no la perciben como tal, constituye una verdadera traición a la realidad, una negación de la objetividad del mundo exterior, un ensimismamiento de la personalidad que, como enfermedad mental, entra en el cuadro clínico de ese tipo de narcisismo gobernante, engolamiento fatuo del poder vanidoso, padecido por todos los caudillitos nacionales o regionales, desde Suárez, González, Aznar o Ibarreche hasta Zapatero, que sólo pueden ver, en las aguas estancadas de la sociedad gobernada, las imágenes proyectadas por la propia hermosura de la preclaridad gobernante. Nada hay más bajo, y que convenga más a los pueblos, al decir del siempre preciso La Bruyère, que “hablar en términos magníficos de aquellos mismos de quienes se pensaba muy modestamente antes de su elevación”.   florilegio "A menor cultura política, mayor necesidad popular de vestir con hábitos de sabiduría a reyezuelos de familia y tiranos de tribu. Monarquía de Partidos."

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