Tras el andamiaje que recubría de ilusiones especulativas la economía española, nos hemos quedado con una edificación cuyas grietas anuncian el desplome. Cuando desde todos los países desarrollados se emiten claras señales de recuperación, en España siguen saltando las alarmas: el paro se acrecienta y el agujero de la recesión se hace cada vez más profundo. En esta calamitosa situación, las cosas empeoran si las llamadas internacionales de socorro (o necesidades de financiación) no son atendidas. Aunque sobre los economistas se podría decir lo de aquel personaje de Moliere a cuenta de los médicos: “saben hablar en bello latín, saben el nombre griego de todas las enfermedades, definirlas, dividirlas, pero en lo que toca a curarlas, no saben nada en absoluto”, los más reputados de aquéllos, se preguntan si los agudos síntomas que presenta España, de una enfermedad nada imaginaria, están siendo tratados con las recetas más indicadas. Así, la falta de crédito político y los males estructurales de una economía tan escasamente productiva como la española se han visto reflejados en las páginas de los diarios europeos que canalizan las opiniones de los intereses dominantes. Ante estas poderosas llamadas de atención, el señor Rodríguez Zapatero, con el voluntarismo que le caracteriza, quiere dejar de ocupar los últimos lugares de la clase, para pasar a ser considerado el alumno más aventajado de los más ortodoxos doctores de la “ciencia lúgubre”. El recorte del gasto público para reducir el déficit en cuatro años, anunciado por el Gobierno, ya es un paso correcto en la dirección aconsejada, pero no del impacto necesario para demostrar el propósito de ajustarse a un severo proceso de “rehabilitación”. De esta manera, Zapatero ha visto la luz de la productividad, que exige un mayor sacrificio laboral de los españoles, los cuales tendrán que ir haciéndose a la idea de jubilarse a los 67 años. Con esta drástica y precipitada medida, el presidente quiere presentarse con ropajes de estadista cuyo sentido de la responsabilidad histórica le obliga a renunciar al electoralismo: “Podríamos habernos desatendido y dejar esa tarea a quien gobierne dentro de diez o veinte años”. Pero, el cambio de modelo productivo y la reindustrialización que necesita España no se pueden improvisar, ni tampoco ejecutar por una partidocracia ligada a la corrupción y a la impune incompetencia. "A pure theory of democracy" Publicada la traducción inglesa de "Frente a la gran mentira"