Salvo en algunas ocasiones excepcionales, donde arranques de orgullo corporativista han llevado a los jueces a implorar a los señores de los partidos estatales una dignidad que resulta ajena a las reglas del juego que garantizan la impunidad partidocrática, la cabeza del organismo judicial español, cuando ha tenido que tratar “asuntos de Estado”, se ha caracterizado por ser -siguiendo una larga tradición autoritaria- un mero apéndice del poder ejecutivo.   Los miembros del Consejo General del Poder Judicial, haciendo “honor” a la dependencia de quienes los han promocionado, han cumplido la misión de disciplinar a los magistrados insumisos y controlar a los que han abrigado alguna esperanza de independencia con respecto al poder político.   Cuando se está apagando el brillo prestado del opaco astro garzoniano, a causa de un conjunto de incongruencias que despiden un olor tan intenso a prevaricación que ni siquiera el CGPJ puede apartarse de él o al menos disimularlo, los devotos del juez estrella vuelvan a sacarlo en andas para tratar de evitar su defenestración. Desde el mundo de la progresía y de la farsa cultural del Régimen, arrecian las denuncias acerca de la cacería emprendida por “los corruptos y la extrema derecha” contra el incorruptible y (como decía el juez Navarro) “progresante” Garzón. En esta romería, cabe destacar una vez más la complicidad y desvergüenza intelectuales de “El País”, que ha desatado una furiosa campaña de propaganda y desagravio garzonianos.   En cualquier caso, no hay la menor duda respecto a la ejemplaridad de Baltasar Garzón: es un paladino ejemplo de juez politizado y mediatizado, puesto en la picota por los mismos que ante lo mitificaban: fue encumbrado, como paladín en la lucha contra el terrorismo de Estado, por una clase de oportunismo (eL PP y “El Mundo”), y ahora, en su persecución parcial de la corrupción inherente a la Monarquía de Partidos, es ensalzado por el otro bando (PSOE y Prisa).   Sin libertad política y con desmoralización social, sin una vida pública transparente y con el negocio secreto que acompaña al consenso político, reinan la mentira y la maledicencia, la intriga y la adulación, el dinero sucio pero fácil, la ansiosa búsqueda de ocasiones de enriquecimiento, la renuncia a los propios principios para asociarse con los que proporcionan ventajas, el arribismo de los especialistas en zancadillear al compañero, y en suma, la desenfrenada deslealtad que exige una vida dedicada al triunfo social a costa de lo que sea y a la impudicia de la fama sin causa honorable.

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