El Presidente Obama ha sido hasta ahora un formidable restaurador de la ética pública y de la esperanza colectiva en los valores de la democracia. Resiste la comparación con Lincoln. Pero en materia de política económica carece de criterio firme y fundamentado. En este dominio parece inferior al pragmático Roosevelt. Situado en las antípodas morales de Bush, continúa no obstante la acción emprendida por éste para afrontar la crisis económica. Antes de ser Presidente, apoyó sin reservas la iniciativa del Secretario del Tesoro, Henry Paulson. Y ahora, mediante una gigantesca financiación con fondos públicos para sanear el sector crediticio, al no pretender el rescate estatal de la banca, sino la salida de activos dañados de los balances de las entidades financieras y aseguradoras, sigue por un atajo indirecto el mismo camino republicano de confiar la solución al mercado. En síntesis, la coincidencia del Plan Obama con el de Bush, consiste en la creencia de que los activos dañados, sobrevalorados en los balances de la banca con precios arbitrarios porque no hay mercado, valen más de lo que nadie está dispuesto a pagar por ellos. Y su diferencia estriba en que la administración Bush pretendía que el Gobierno comprase directamente esos activos-basura, mientras que el nuevo Secretario del Tesoro, Geithner, para evitar la condena por la opinión pública de que se ayude con dinero de los contribuyentes a los causantes de la crisis, confía la labor de basurero a un transitorio mercado de inversores privados que reciban en préstamo, casi gratis, los fondos estatales necesarios para comprar la basura. El plan Bush tropezaba con la dificultad, de hecho insuperable, de dar un valor objetivo a los activos-basura, que pudiera ser precio aceptable de la compraventa. El plan Obama, más ideológico y menos pragmático, entrega ese arbitraje a la “experiencia del mercado”, como ha dicho el primer asesor del Presidente. El anuncio del Plan Obama, que en el fondo es una operación especulativa de alto riesgo, ha despertado, como era de esperar, la ilusión de banqueros, agiotistas y especuladores. Las Bolsas subirán hasta que la realidad triunfe sobre las ilusiones. Pues esta “experiencia del mercado” está basada en un círculo vicioso o en una petición de principio: que el mercado inmobiliario se reanime con esta operación. Cosa improbable, pues la crisis del sector no proviene de la falta de inversores potenciales, sino de una aguda y profunda contracción de la demanda real de compradores de pisos y oficinas, en un mercado saturado de oferta. Lo probable es que este plan no funcione bien. florilegio "En la crisis económica, el hábito de especular toma por realidad la ilusión."