Con la pérdida del favor real, el primer tahúr del consenso tuvo que abandonar la partida oligárquica. La consiguiente irrupción de los socialistas no se podría comprender sin la identificación vital (en la conquista y conservación del poder) entre el jefe del PSOE, con su idiotismo oportunista, y el Rey. La ejecutoria de Felipe González estuvo presidida por una cínica degeneración, que despertó ilusiones de regeneración inmediatamente sofocadas una vez que Aznar entró en la Moncloa. Y este ex presidente tan dado a los símiles futbolísticos, lamenta que de la Champions League donde él nos sitúo, hayamos pasado a correr el riesgo de descender, con un dirigente tan inepto como Zapatero, a la Segunda División. Lo cierto es que Aznar no se conformaba con el papel de potencia media que le correspondía a España, y con delirios de grandeza agravados por su complejo de inferioridad, quiso que en España reverdecieran laureles imperiales, en la lucha contra el terrorismo global que emprendió junto a su compadre Bush. Zapatero no tuvo más que dejarse llevar por una corriente social de oposición a la guerra que se desbordó con los atentados en los trenes de cercanías. Y ahora, el colapso financiero y la crisis económica se llevarán por delante a un pánfilo presidente y a un séquito gubernamental que no han podido bajar de las nubes con la premura que la situación requiere. A pesar de su incapacidad para impulsar acciones innovadoras, a Rajoy le basta con esperar a heredar la jefatura del Ejecutivo. Lo curioso estriba en la invocación de realismo político que suelen hacer unos partidos gubernamentales que cada vez comprenden menos la realidad que los aparta de su lugar de privilegio. Dicho realismo es utilizado como argumento supremo en su demanda de apoyo social, cuando han perdido, a causa de su reciente idealización de la realidad, la razón de gobierno y comienzan a mantenerse por inercia en el poder. Es una llamada de atención a los gobernados para disuadirlos de sus deseos de cambio vital, recordándoles que hay realidades de poder nacional e internacional que el Gobierno tiene que atender por oscuras necesidades de equilibrio y estabilidad. Por realismo político se mantuvo la dictadura franquista veinte años después de haber perdido la razón esgrimida para ser instaurada. Hace el mismo tiempo que los Estados de Partidos perdieron su razón de ser en la Guerra Fría. En España, estamos sumidos en un doble anacronismo: el de una partidocracia neofranquista. "A pure theory of democracy" Publicada la traducción inglesa de "Frente a la gran mentira"