La actividad política, entendida como conquista y conservación del poder, se ha convertido en razón de vida del grupo de personas (Zapatero, Blanco, Chacón, Rubalcaba, etc.) que manejan los hilos del partido gobernante, y por eso conviene rastrear, en el seno del PSOE, el estado en que se encuentra la razón vital de su grupo dirigente en comparación con la que tuvo para conquistar el poder. Para alumbrar la situación política a través del estado de la razón vital del poder, conviene señalar que cuanto más se acentúa, como único criterio de verdad, la valoración pragmática del éxito, más se va agrandando la parte de realidad que ignoramos y que valoramos sólo como una abstracción. Y las épocas (como ha quedado patente en las últimas décadas) de menor idealismo moral coinciden con las de mayor idealismo intelectual. Se comienza siendo pragmático, pero al lograr algún éxito en la procuración metódica de los intereses inmediatos, se encierra el sentido común en los estrechos confines del método triunfante, incurriendo, frente al resto de la realidad, en un ciego idealismo. Cuanto más grande sea el éxito, y mejor la manera de obtenerlo, mayor será la estrechez de miras, la incapacidad de ver toda evidencia que se sitúe al margen de ese eficaz modo de enfrentarse al medio circundante y dominarlo. El talante de Zapatero y sus evanescentes “políticas sociales” (frente a la hosca soberbia de Aznar y su oscuro heredero, con su “rigor” de tecnócratas) ya no bastan para disimular y afrontar los dramáticos efectos de la crisis económica. El llamado “desgaste del poder” se interpreta como el descrédito que merecen las personas que ocupan altos cargos en el Gobierno por el simple hecho de durar en los mismos. Así entendido, este concepto es un puro dislate, pero conserva la utilidad ideológica de hacer creer a los gobernados que el poder es un aparato que gasta a las personas o grupos que lo usan con razón o sin ella. Lo que de verdad significa tal expresión es la disminución paulatina (o en algunos casos, súbita) de la reputación de los gobernantes que ejercen sin razón el poder, sin causa final que lo justifique, puesto que una buena razón de gobierno se fortalece con el ejercicio del poder. Las insinuaciones de retirada de los personajes que simbolizan la ambición de poder del partido gobernante no son simples “jugadas” para afianzar su poder personal, ni manifestaciones de una vanidad que no acepta verse humillada en las urnas, sino auténticas confesiones de un poder que ha de imponerse sin asistencia de razón democrática. En estas condiciones, la aparición de la fatiga es ley inexorable.