La captura de públicos masivos que llevan a cabo la industria del espectáculo y los consorcios editoriales requiere extender las redes a los inmensos caladeros de Internet. Ya no bastan los medios tradicionales de creación y propagación de fama (la más veloz de las plagas); aparte de la televisión y el bombardeo publicitario, del que los premios forman parte, los nuevos tiempos de libérrima circulación audiovisual y literaria exigen una reformulación del fabuloso negocio del entretenimiento: descargas de música y cine controladas, y libros digitales. En definitiva, se trata de poner la tecnología digital al servicio de la cultura lacustre (llena de lagunas) contemporánea, propiciando un fulgurante consumo de novedades insignificantes. No tener motivos para preferir los libros recién escritos antes de conocer los clásicos, parece ser una actitud anacrónica. “Lo importante es leer”, y siendo casi imposible desatender las recomendaciones comerciales de los expertos -por otro lado, los periodistas solamente hablan de los libros nuevos- lo más fácil será reclinarse ante el escaparate. Hoy, con la profusión de libros y composiciones artísticas y su reducción a objetos de consumo, casi nada merece la condición de clásico: lo que se fija en la memoria, y que, una y otra vez, se deja contemplar, escuchar, o leer, sin agotar su riqueza estética y de significados; esas obras, en suma, que componen la tradición creadora, y que al estar vivas, siempre despiertan una conversación que se enriquece a lo largo de los siglos. Si, según Augusto Monterroso, Juan Valera era el más grande creador, el escritor más parecido a Dios: “no dice absolutamente nada. De esa nada ha creado una docena de libros”, no le van a la zaga los endiosados novelistas, artistas y filósofos que medran en la Monarquía de Partidos: quieren que triunfe su necedad del olvido, anhelan que la posteridad sepa que vivieron, y que no ignore el alcance de su mediocridad y complicidad. Seres creativamente secos, momias intelectuales: todo lo que dicen, hacen o escriben tiene el sello inconfundible de unas mentes que operan dentro de las instituciones establecidas, al arrimo de la corrupción partidocrática. Su labor es confirmar las costumbres del Régimen, y sostener sus falsedades, ante los ojos de sus complacidos lectores y espectadores. "A pure theory of democracy" Publicada la traducción inglesa de "Frente a la gran mentira"