Las palabras que más se usan en el lenguaje público suelen designar los conceptos peor conocidos. Algunas de ellas no tienen otro propósito que el de propagar algo que se valora mucho, dándolo por existente para que no se note su absoluta falta en la realidad y no se desee adquirirlo. Sucede con la voz democracia. En ningún otro sitio se emplea tanto como en España. El abuso la extiende a todos los ámbitos sociales, fuera de su único campo de aplicación legítima a una determinada forma de gobierno, definida por la separación en origen de los poderes del Estado. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Pero hay otras voces, como crisis, que hoy ocupan el centro de las conversaciones públicas y privadas sin conocer, salvo su aparición en el campo de la economía, la naturaleza, duración, alcance y posible desenlace de la misma. Los economistas hablan de crisis recesiva-depresiva y la comparan con la del 29, pese a que la actual irrumpe en un mundo de globalización tecnológica y financiera diferente. Lo que es de por sí suficiente para que sus efectos y su final hayan de ser distintos. Es probable que estemos comenzando a padecer una crisis de las raíces del sistema económico-político, causada por la duradera subordinación de los valores políticos y culturales al afán de lucro, propio de los agentes económicos, que trajo consigo la guerra fría. Unos pueblos tienen la fortuna, casi siempre merecida, de encontrar al hombre de Estado que necesitan en momentos excepcionales de su historia. Ha sido el caso de EE.UU. y Obama. Por grandes que sean las cualidades de éste mayores eran las necesidades de ese país de retornar a sus raíces de moralidad política. Y otros países, como Inglaterra y Francia, sin haber llegado a la separación de poderes de la democracia, han preservado, al menos, el principio de la representación de la sociedad civil, manteniendo el sistema electoral por mayorías de distrito. Esto les permitirá afrontar la crisis sin dar la espalda a las necesidades sociales. Pero en los pueblos que pasaron de la dictadura a la partitocracia, sería milagro que esta crisis no se llevara con los pies por delante a la demagogia gobernante y al artificial Régimen montado por los partidos y sindicatos estatales. Donde no existe representación política de la sociedad, los responsables de la duración de la crisis son los ocupantes del Estado. Sin civilizar a partidos y sindicatos, sacándolos del Estado y devolviéndolos a su seno natural en la sociedad civil, no será posible que los gobernantes sepan el modo civilizado de paliar los efectos de la crisis, hasta llegar a dominarla suprimiendo la causa oligárquica que la produce. florilegio "De la crisis, causa decisiva, se sale con la decisión contraria a la causante."