En los feudos oligárquicos de Vasconia y Galicia, el orquestado ruido de las urnas autonómicas ha puesto en sordina la noble voz del silencio. Como sucede en el resto de España, ante cada convocatoria electoral, la oligarquía de partidos estatales, pregonada por los medios informativos, propaga el temor de que el silencio de la inteligencia política y de la conciencia moral, expresado con la abstención voluntaria, pueda ser escuchado por la buena fe infantil de quienes, sin ganas de dejar el mundo de las ilusiones y entrar en el de la realidad, creen estar viviendo en una democracia donde el voto individual elige la representación política de la sociedad en el Estado. Que esto lo crea el vulgo adoctrinado por la propaganda oficial, como en las votaciones franquistas, puede ser comprendido, aunque en modo alguno disculpado, como si en un hermoso día de sol se creyera que llueve porque así lo anuncia el parte meteorológico. Que esto lo difundan los partidos de la oligarquía y sus medios de comunicación no puede ser comprendido sin acudir a los fines fraudulentos que los motivan. Los comprendemos como a los crímenes pasionales. Pero que esta grosera deformación de la realidad, que esta mentira contra lo que percibe el sentido común y la evidencia de lo que sale de las urnas, se dicte en aulas profesorales y libros de texto, eso no puede comprenderse, a no ser que profesores y escritores sean unos cínicos vividores que han renunciado al ejercicio de la mente y de la conciencia a cambio de un salario garantizado. La abstención no crecerá más de un tercio mientras los votantes perciban que, en unas elecciones legislativas, en realidad se elige el gobierno de un partido o de una coalición de partidos. O sea, a la antidemocrática inseparación de poderes, sin representación de los electores ni de la sociedad civil. Esto es lo que ha sucedido en Galicia, donde la mayoría de los votantes ha querido que, sin ser representados por diputados personales ni por nadie, -los partidos estatales sólo se representan a sí mismos en esta Monarquía de Partidos- no obstante cambie el gobierno gallego, volviendo a la tradición fraguista, para que todo siga igual que durante el franquismo en las cuestiones regionales que había sido trastocado por la coalición del socialismo con el nacionalismo gallego. Según Jellineck, el resultado habría sido reaccionario. En cambio, la elección entre partidos estatales ha sido progresista en el País Vasco. La reacción, encarnada en el nacionalismo regional, sucumbe ante los votos al socialismo y nacionalismo central. Distinto es que, a falta de mayoría absoluta, los pactos partidistas de gobierno lleven a término la coalición del vasconacionalismo con la españolía socialista, bajo la dirección del mismo o de distinto lehendakari, o al experimento de una coalición de socialismo y nacionalismo españoles.