“Sois dioses”: decía Bossuet a unos reyes que eran los delegados divinos en los asuntos temporales, y por tanto, en la justicia. La apelación a la divinidad de la monarquía era el último recurso de los que padecían miserias e injusticias. El pueblo, frente a sus opresores, podía, en principio, recurrir al rey. Este majestuoso sentimiento de infantilismo popular era a menudo expresado por franceses y rusos, en los períodos de mayor abatimiento colectivo, con fórmulas similares: “si el rey supiera…”; “si el zar supiera…” Ante las desgracias que la situación económica está provocando entre sus súbditos, Don Juan Carlos, divinizado desde el 23-f, ha enarbolado el cetro del arbitraje supremo, para reclamar a los partidos de la Monarquía “grandes esfuerzos y amplios acuerdos para superar juntos cuanto antes la crisis”. El monarca parece estar al tanto de los efectos de la incompetencia y la corrupción de la clase política, pero sigue apartando la mirada, por la cuenta que le trae, de sus causas institucionales. En realidad, el sucesor de Franco nunca ha ignorado las fechorías y felonías de sus gobiernos (y mucho menos, las de sus próvidos amigos), pero, desde el comienzo de su reinado, ha ejercido su “moderación” con diferente rasero. Ha despreciado soberanamente a Suárez y Aznar, entrometiéndose en sus gobiernos, de los cuales no esperaba otra cosa que el debido vasallaje de la derecha estatal, mientras que no ha ocultado su complicidad con los del PSOE -con la pestilencia “felipista” y con el alelamiento “zapateril”-, guardando hacia ellos una respetuosa distancia. Si González no tuvo reparos en utilizar la Corona como escudo que salvaguardase su impunidad, Zapatero podría, ahora, mantenerse a flote con la ayuda real. Cuando Rajoy y su camarilla se disponen a tomar el relevo gubernamental, suena de nuevo el pitido real para solicitarles árnica. No es de extrañar la negativa del PP y su disgusto ante un fallo arbitral que pretende favorecer de nuevo a su contrincante estatal. El locuaz presidente del Congreso de los diputados ha defendido la parcialidad del rey, dejando claro que éste lo hace bien: “ha moderado cuando tenía que moderar y ha sido árbitro cuando tenía que hacerlo”. José Bono concluye que “ha hecho más por la monarquía que todos sus antepasados juntos”: el deshonor de anteponerse a su padre, para heredar una jefatura del Estado que satisficiera su inmoderada ambición, lo desmiente rotundamente. "A pure theory of democracy" Publicada la traducción inglesa de "Frente a la gran mentira"