Es sorprendente, pero no revolucionario, que una sociedad desarrollada con el esclavismo haya elegido un negro para presidirla. Siendo esperanzadora de ilusiones de igualdad, esa circunstancia sólo tiene valor accidental, pues el color no connota la psicología. Los negros en el Gobierno de Bush han actuado con la mentalidad de Bush. Pero el hecho Obama, desprendedor de energía moral con sabor de igualdad social, no lo ha creado una persona, sino la parte social sublevada contra el modo escéptico de pensar lo político, en una sociedad conformada por el extrañamiento de lo auténtico y el realismo de lo convencional. En el convencionalismo reaccionario o progresista de una clase política que no pudo extirpar del todo la eficacia política y cultural de la sinceridad, lo inédito ha sido que la confianza en sí mismo de un solo individuo haya logrado introducir el valor revolucionario de la veracidad en un partido convencional. Por esa razón, este Diario afirmó en su día que si Obama vencía la resistencia que le oponía su propio Partido, nada podría impedir que fuera elegido Presidente de los EE.UU. Lo nuevo nunca es enteramente nuevo, y en lo viejo siempre hay encerrada alguna novedad. Que Obama no tenga complejos de sangre negra justifica la alegría, no exenta de orgullo, de los que sienten y piensan en función de las discriminaciones y vejaciones sufridas por el color de la piel, el sexo, la religión, el dinero o la clase social. Pero el noble idealismo de los que lo apoyan, dentro y fuera de EE.UU., debe precaverse contra las inevitables exageraciones que deformarán el sentido de sus decisiones, incluso antes de que entre en la Casa Blanca. Muy pocos juzgarán su acción gubernamental con criterio imparcial o por sus efectos a medio y largo plazo. El principal desgaste de su prestigio universal no lo hará la propaganda adversaria, ni la crítica objetiva a sus primeras medidas en los grandes temas de actualidad. La erosión de Obama será abordada por la decepción prematura de quienes temen más al error que a la confusión, a equivocarse con la persona que a la incredulidad en algún ideal de nobleza que pueda estar o durar en el mundo político. Como el pensamiento siempre va a la zaga de la acción, es inevitable que de lo inédito broten inquietudes de sospecha, frente a ilusiones desmesuradas, o dudas agnósticas, en ausencia de convicciones propias, sobre la existencia de ideales realizables en la sociedad política. florilegio "La ingenuidad moral alimenta el entusiasmo de la fe, mientras que la fuente del temor anticipado al error ajeno está en la ingenuidad mental de quienes osan juzgar y valorar lo nuevo, sin sentirlo, con los viejos patrones que lo genuino tuvo y tiene que romper para presentarse y durar en la sociedad."