La vida pública española se caracteriza por una desbordada versatilidad. Nada de lo dicho o hecho —no hay la menor exigencia, propia o externa, para que ambas cosas coincidan— suponen merma alguna para que un mismo personaje pueda hacer o decir todo lo contrario, demostración evidente de que el poder o el estatus no son fruto de ninguna norma, sino que son precisamente el poder y el estatus los que dictan las reglas, variándolas a conveniencia, incluso con posterioridad a la acción, al dominar a su antojo la esfera pública. Así, ¿quiénes mejor dotados para finiquitar el Franquismo legalmente que los mismos procuradores orgánicos? ¿Quién más reputado para traer “La Democracia” que el jefe del Movimiento Nacional? O, ¿qué personaje tendría mayor autoridad para meternos en la OTAN que el mismísimo Felipe González, conocido por oponerse tenazmente a ello? (Todo con el unánime aplauso de los voceros públicos). Continuando tan excelsa tradición, el burócrata de partido por excelencia, pertinaz corcho capaz de flotar en cualquier elemento, ocurrente hasta apostar quince triples a la quiniela, pastor mayor de los rebaños de la Carrera de San Jerónimo, José Bono, nos deleita con una versión light de lo evidente: «la recuperación de la credibilidad política pasa por un cambio del sistema electoral que reste poder a las cúpulas de los partidos políticos para que los cargos electos se deban más al electorado». Bien lo sabe él, que ha estado en ambos sitios a la vez. Aparte de reconocer que, en España, la cosa del poder es patrimonio de unos pocos —y no olvidar que es así desde hace más de tres décadas, y hasta este punto nos han traído—, el ahora Pepito Grillo de la clase política de los partidos estatales llega a decir que «podría pensarse en distritos uninominales, como en el Reino Unido». Eso sí, no puede ocultar el plumero al añadir que «combinándolos con listas nacionales». Y es que su locuacidad no da para traspasar su mérito y condición, y, consciente de ello, bien se cuida de reseñar aquello de que se «deban más», pero no completamente, a sus electores; que con las condiciones propuestas, libres del yugo de los partidos y nivelado el gasto de los candidatos del dispendio propagandístico, haría que los diputados pudieran caer en la horrible tentación de actuar como representantes de los ciudadanos de su distrito. Así que, ¿quién mejor que Bono para proponer un arreglo al respecto? Todo ello nos lo manifiesta don José en EL MUNDO, que, después de entrevistarle, le ofrece apoyo editorial, resaltando Pedro J. que coincide con las propuestas de su periódico, sabedor, el director del afamado diario, buque insignia de la prensa crítica española, que aquello que dice carece de valor en sí mismo sin el apoyo de algún jerarca del Régimen.