El sociólogo Zygmunt Bauman dice que “lo que se ha dado en llamar la crisis de la democracia, es el colapso de la confianza (…). La cuestión es que ese matrimonio entre poder y política en manos del Estado-nación se ha terminado. El poder se ha globalizado pero las políticas son tan locales como antes. La política tiene las manos cortadas. La gente ya no cree en el sistema democrático porque no cumple sus promesas. Es lo que está poniendo de manifiesto, por ejemplo, la crisis de la migración. El fenómeno es global, pero actuamos en términos parroquianos”, asegura.
No me gusta emplear ese término, el de -gente- yo prefiero este otro, el de -gobernados-. El caso es que, según él, “los gobernados ya no creen en el sistema democrático porque este no cumple sus promesas”.
Yo me atrevo a decir que no, que esto no es así; lo que le sucede a los ciudadanos es que viven en la confusión de creer que tienen democracia cuando lo que padecen es una feroz partidocracia -reparto de poder entre proporciones de partidos estatales- alcanzado mediante el sistema electoral proporcional, que primero no separa los poderes en origen, y segundo, no es representativo para el Gobierno ni tampoco ostenta la representación para los diputados de distrito.
La Democracia formal, esa gran desconocida. La Partidocracia, esa aberrante mentira instituida en Europa para la integración de las masas en el estado… ¡Esto sí que es verdad!
Por tanto, no se puede dejar de creer en lo que no se tiene, en lo que no se conoce ni se experimenta como propio por haber sido conquistado y cuidado todos los días.