A los politiqueros les encanta emboscar a la gente con pésimas opciones. Primero, hacen del voto un fetiche sacrosanto, el cual habría que venerar a todo trance, incluso al precio de sacrificar la idea de democracia. ¡Votar, votar y votar! No importa que en el fondo no se pueda elegir democráticamente, porque lo importante es el rito mismo de votar.
Luego, se le presenta a la gente opciones que generan más o menos el mismo rechazo o indiferencia. Pero ante la suspicacia del elector por la pobreza de los candidatos, los politiqueros advierten: ¡”Hay que votar”! No importa que todas las opciones representen los mismos intereses. Entonces, someten a los ciudadanos ante a un falso dilema: hacer lo que se supone políticamente correcto, votar; en lugar de lo moralmente necesario, abstenerse.
Nadie pone en duda que en Venezuela el 20 de mayo habrá otra estafa electoral. El gobierno anunciará unos resultados y le adjudicará un presunto e incomprobable triunfo a Nicolás Maduro. Para esta farsa se ha prestado, torpe y obedientemente, Henri Falcón.
El diseño de la trama requería de dos opciones, aparentemente contradictorias, para fabricarle entusiasmo a la “fiesta democrática chavista”. Pero ese diseño tiene una falla de origen. Los electores que vienen pacientemente apostando por una salida democrática desde hace diecinueve años, saben perfectamente que no hay opción real porque ambos candidatos representan básicamente el sostenimiento del estado chavista con su corrupción y violencia.
Al final da igual votar por uno o por otro. No hay opción real. Votar por Maduro o votar por Falcón es escoger entre el malo y el peor. Da igual quién es quién porque ambos son intercambiables.
@humbertotweets