Analizado con herramientas propias de la ciencia económica, la sociología del conflicto y la gramática parda, el “affaire Urdangarín” puede considerarse un caso de doble traición.
Más allá de la calificación jurídica que su conducta merezca en la España “social y democrática de derecho”, Urdangarín, en parte (en otra que más adelante explicaré, no), hacía lo que siempre hicieron las Coronas: pedir dinero para hacerse un patrimonio y poder pagar sus gastos.
Y esta forma de financiarse no era una de las menores ventajas de los antiguos Reinos respecto a los actuales Estados caníbal, puesto que las solicitudes monetarias del monarca no eran ni mucho menos tan gravosas como los vigentes impuestos estatales, en aras a conservar intacto el capital privado que les allegaba las rentas: el propio país, su Reino.
Entonces, por qué, para qué se castiga al Duque de Palma con un proceso judicial.
¿Porque la justicia es ciega?. En la España de 2012 esa respuesta no alcanza la validez científica del chiste.
Para entender el expediente tenemos que formular una hipótesis sobre quién consintió que las investigaciones de la Fiscalía (órgano dependiente del Gobierno) sobre Matas y sus corrupciones, afectasen de forma tan directa a un miembro de la Familia Real, pues sólo de esta forma podremos entender los móviles que han hecho posible que una corruptela cortesana se haya convertido en un escándalo nacional.
Los medios de comunicación o a la Justicia no dejan de ser elementos necesarios de las penas presentes y eventualmente futuras del consorte de una Infanta, pero en última instancia son poco más que segundones de esta tragicomedia que tiene lugar en el país bufo de los “ERES”.
La hipótesis que explica el “caso Urdangarín” está en su cuñado.
Así todo encaja.
Su cuñado debe cuidar su capital, el Reino, si quiere algún día heredarlo. Y para defenderlo del expolio y demostrar a la vez la firmeza de su voluntad sucesoria aprovechó la oportunidad que se le brindaba para no dejar lugar a dudas: España bien vale un pariente… o los que sea menester.
¡Qué gran aviso a navegantes!.
Lo cierto es que Urdangarín se merece el uso que entiendo ha hecho de él su cuñado. Se comportó como un advenedizo, como un venal gobernante público al uso: sus ingresos procedían, presuntamente, del fraude, de la estafa. Para estos fangos le bastaba ingresar en algún partido político sin tener que menoscabar la Corona, el orgullo de la sangre azul.
Pero lo peor, lo que a “su bajeza” jamás le iba a perdonar Su Alteza es que un partícipe menor de su familia confiara la seguridad de su dinero a un paraíso fiscal antes que al país en el que él espera reinar.
A quién se le ocurre, cómo es posible que no pudiera controlar semejante acto fallido.
Cualquiera entiende los desvelos de un buen padre de familia por proteger su fortuna del Estado caníbal, pero al hacerlo, el pánico no le dejó ocultar que no da un duro por el heredero.
El solo intento de poner en fuga su capital y usar testaferros para que lo defiendan supuso un acto tan brutal en las formas como definitivo en el fondo: decía sin decir, que para el Duque el país está perdido también con su cuñado. Y éste, consciente de la desconfianza personal, completa, majestuosa, ineluctable que le había demostrado su hermano político conduciendo su patrimonio fuera del país, no pudo menos que responder a su traición con la traición de consentir que le “estigmatizaran” vía medios de comunicación y castigo judicial.
Por tanto, cuando Urdangarín pidió dinero puso al día una vieja costumbre real, pero con las maneras de hacerlo se comportó como un político democrático corrupto.
En su descargo debo decir que le acusan de hacer algo que, en términos económicos, sólo en términos económicos, tiene una lógica aplastante: dado que no cree en la continuidad de la Corona maximizó, como un político abusón más, sus ingresos en el plazo más breve posible a costa de degradar el capital-país. Lo que en gramática parda viene a significar “coge el dinero y corre”.
Sea lo que fuere lo que haya hecho, no ha sido porque se creyera impune. Si hubiera sido así no se habría fugado económica, físicamente, sino que habría seguido haciendo lo mismo “ad aeternum” con la seguridad de que nada tenía que temer.
No ha sido la creencia en la impunidad la causa de su error. Fue la nula fe en su país, que para su desgracia es también el que pretende heredar a toda costa su cuñado.
Sólo hizo cálculos crematísticos, sin parar mientes en el guante que involuntariamente lanzaba al hermano de su esposa.
Un asunto para la ciencia económica, la sociología del conflicto y la gramática parda.
Coda.
El caso Urdangarín es una prueba más de que el Estado actual es irrecuperable para el buen gobierno.
Se critica al Duque por pedir pero no a los gobernantes por dar.
Estamos tan envilecidos por el Estado y su gasto, que hemos alejado de nuestro pensamiento la perentoria exigencia a los políticos democráticos de que justifiquen por qué entregaron dinero a Urdangarín de la forma que lo hicieron. Sin embargo mostramos nuestro más severo disgusto por el hecho de que el Duque lo recibiera.
Nos llama la atención un presunto estafador que utilizó para delinquir el sofisticado método de cobrar a cambio de nada, pero nada tenemos que objetar al sistema político que lo consintió.
Cuando el gobernante no se siente compelido a abandonar su cargo “ipso facto” ante la evidencia de que colaboró con un delito o fue víctima de él por negligencia, hemos llegado al final del viaje.
Jorge Sánchez de Castro Calderón.