Antonio García-Trevijano trató de evitar algo horrible que sabía que iba a pasar a la muerte de Franco. Él, aunque era ateo, sabía que la constitución material de España, fundada en gran medida por el cristianismo, podía combatir cualquier constitución formal o situación que fuese contra lo que nosotros somos. Pero sabía también que eso no era suficiente para combatir los engaños de la política.
El consenso es una palabra inaplicable a la política. Significa unanimidad. Pero no solo unanimidad acerca de una decisión, sino unanimidad para condenarte a no pensar, a que todos tracen en sus cabezas y en sus corazones eso que ahora llaman líneas rojas.
Y aunque la palabreja es inaplicable en política porque es una mentira, en la transición lo consiguieron. El acuerdo de unas cuantas personas en que lo que se inauguraba era un sistema democrático y una constitución, se llevó al consentimiento de todos los españoles. Eso hizo que el consenso esté impregnado en todos y en todo. Eso hace que en los discursos de expertos, catedráticos, periodistas y políticos, exista el freno mental para no tocar de verdad los asuntos.
No solo son ellos los que no pueden hablar de verdad sobre cómo combatir la corrupción o por qué los políticos se ocupan de su partido en lugar de hacerlo de sus supuestos representados. Esto sucede también en cualquier conversación en el bar, en la calle o en casa.
Ese fue EL CONSENSO, con mayúsculas.
Hoy se habla de consenso para referirse a cualquier pacto que alcancen más de dos partidos, que como se da por hecho que ellos representan a todos los españoles, se torna en unanimidad nacional.
No. Es EL CONSENSO, la mentira, la negación de lo que somos, lo que hay que romper. Entonces podremos ver que esto de ahora no son más que pactos de trileros que viven de una mentira.
Si recuperamos la conciencia de nuestra constitución material entonces podrá salir de ahí una mera Constitución formal que controle el poder político para que no nos politice ni nos someta.