José M. Martín, alcalde de Alcaucín De acuerdo con un temprano Michel Foucault, una figura de la filosofía moderna más decisiva aún que Kant y Hegel para nuestra sociedad fue Jeremy Bentham. Además de numerosas publicaciones en las que describió (y, según Foucault, programó) las formas de poder en que vivimos, Bentham fue el creador de un diseño arquitectónico denominado el Panopticón (que suena como un fabuloso invento ideado por H.P. Lovecraft), aplicable a numerosos contextos para el control de la sociedad. Se trata básicamente de un edificio con forma de anillo, en cuyo centro se sitúan unos jardines y un gigantesco torreón. Desde éste pueden verse cada una de las habitaciones del edificio con gran facilidad, y con el empleo de una sola persona. Fue pronto aplicado, según Foucault, al diseño de fábricas, escuelas, psiquiátricos y prisiones.   Uno sueña con un invento similar, pero invertido, para el control del Estado por parte de la sociedad. Un montón de torreones que vigilan, a través de amplios ventanales, el comportamiento de quienes manejan el poder y los fondos con que les suministramos para que mejoren las oportunidades y los medios en que vivimos. Figuradamente, y con el añadido de la garantía constitucional de la división de poderes, éste es parte del ideal democrático.   Por supuesto, vivimos en el polo opuesto. Gobernantes grandes y pequeños tanto manipulan con completa impunidad los fondos públicos como trafican con influencias. Así, el caso de alcalde socialista de Alcaucín, bajo cuyo colchón encontraron la friolera de 160.000 de euros, y tras desfalcos muchísimo mayores pero iguales en esencia, ya cosas semejantes apenas sorprenden al gran público.   Éste prefiere amodorrarse en su sillón para proseguir en la nada utópica, sino bien real, situación del Panopticón. Ser observado es mucho más cómodo que observar. Requiere menos energías. Y, además, cuando son muchos los que se olvidan de sí y desprecian lo público tan olímpicamente, late en el fondo la confianza de que nadie les observa mientras, sin pudor ninguno, manosean lo que no es suyo. Pero incluso en la convenida oligarquía, nadie está a salvo. Los colchones llenos de billetes pueden ser delatados, tanto por alguien honesto como por el envidioso.

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