MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Ucrania es la cuna de Rusia, la Asturias de todas las Rusias, madre de la Madre Rusia. Rusia aparece en Kiev, ya documentalmente, en el siglo X. En la Primera crónica rusa, vemos cómo Ígor (Kagani o príncipe) ataca Constantinopla en 941; su viuda Olga gobernó en nombre de su hijo Sviatoslav (945-965); el propio Sviatoslav, como gobernante adulto, entre 965 y 972. Vladimiro, hijo de Sviatoslav, murió controlando un área muy extensa, del tamaño aproximado de la Francia oriental de los otónidas, aunque contaba con una población bastante más reducida, puesto que la zona era (y es) en su mayoría boscosa, llena de Vírgenes que se aparecen en los abedules y en los riachuelos, con la salvedad de los asentamientos sitos a la orilla de los grandes ríos. Los numerosos herederos de Vladimiro mantuvieron un dominio familiar exclusivo sobre este territorio nuclear de Rusia, hasta las invasiones mongolas de 1237 a 1240; y por muchos principados que instituyeran y se disputasen entre sí, entre Rogvolod y el mongol Batu jamás ocupó el poder, en ninguna parte de las tierras rusas, nadie que no perteneciera a la familia. De hecho, la dominación de la familia de Igor se remontaba hasta el período más antiguo en que la tenemos documentada, puesto que el prolongado mandato de Olga como Kniagina, asociada sólo en teoría con su hijo, no parece que fuese impugnado y se desarrolló de un modo efectivo, lo cual indica una estabilidad dinástica incontestada; de todas las mujeres que gobernaron a lo largo del siglo X en Europa, de Merozia, que ponía a los Papas desde su posición de amante o de madre, a Teófano y Etelfleda, es seguro que la rusa Olga fuese la más poderosa. Las princesas rusas eran deseadas por todas las cortes europeas, principalmente por la de los Capetos. Así, al tercer capeto – de acuerdo a la lista de los Reyes de Francia o ese esplendoroso árbol de una monarquía casi universal -, Enrique I, al decir de los bardos, lo que más le gustaba era cabalgar a la princesa rusa Anna, a la que hizo su reina. Es así que la sangre de San Luis tiene mucho de sangre rusa.
La Kniagina Olga se convirtió al cristianismo en una alucinante peregrinación que hizo ella misma al efecto a la misma Constantinopla, y Vladimiro aceptó formalmente el cristianismo para todo su pueblo hacia 988. El proceso de conversión de Rusia tardó en extenderse fuera de la corte, pero este momento de aceptación permitió que las instituciones de la iglesia, y un imaginario cristiano de la legitimidad gubernamental, arraigaran y se fueran extendiendo progresivamente en Rusia. Las iglesias de Kiev era impresionantes, y el edificio de Santa Sofía, construido por artesanos bizantinos a principios del siglo XI, sigue siendo la iglesia bizantina de mayores dimensiones y decoración más completa de aquel siglo. Desde sus tejados se ha visto cómo desde otros tejados francotiradores neonazis de hoy y mercenarios, subvencionados por organizaciones alemanas de extrema derecha, disparaban contra la multitud pro-rusa que apoyaba al último presidente democrático ucraniano. Rusia asumió las influencias bizantinas sin correr ninguno de los peligros a los que se enfrentaban los kanes búlgaros, puesto que estaban demasiado lejos para que Constantinopla intentara conquistarlos y, por lo tanto, podían mostrarse tan creativos como quisieran. Este poder híbrido de Rusia – túrquico, esclaveno, bizantino, y con cierto toque escandinavo – ha mantenido en adelante la estabilidad, en lo esencial, como el actor político más eficaz, de la Europa oriental.
Ucrania, madre de Rusia, ha progresado siempre vinculada a su hija mayor, y se pulveriza cuando se transforma en la madrastra del cuento. Efectivamente, siempre que Ucrania ha sido madre buena de la Madre Rusia, Ucrania se ha engrandecido, y su hija enorme la ha sabido recompensar. Así, Nikita Kruschev la ensanchó con el territorio ruso de Crimea, a fin de justificar mejor ante las Naciones Unidas su voto independiente.
Y siempre también que ha sido madrastra mala de la madre Rusia, como durante el primer año de ocupación nazi, en donde muchos ucranianos se confundieron y no estuvieron a la altura histórica que su esencia étnica les exigía, traicionando a su hija, Ucrania entra en una crisis moral tan profunda que la malbarata como sociedad. Aprendieron en cabeza propia, y con sólo diez meses de ocupación nazi se percataron de que el alma melancólica de Rusia era infinitamente mejor que la romántica Germania. Aunque Rosenberg y Goebbels querían que el ataque contra la URSS fuera sólo un ataque contra el bolchevismo y no contra el pueblo ruso, además de una oportunidad para la emancipación de Ucrania, Letonia, Lituania, Bielorrusia, etc., la megalomanía de Hitler lo quería todo, imponiendo que Ucrania y Crimea deberían ser tierras del Reich, que todas las poblaciones eslavas deberían trabajar para la raza germánica, y que ningún pueblo eslavo debía poseer armas, sino sólo herramientas de trabajo. Esta Orden enmudeció a los ucranianos anticomunistas o progermánicos, y en el momento en que los ucranianos comprendieron que su destino desvinculado de Rusia era el destino de ser esclavos de otra raza, comenzaron a atacar con valor, mediante el sistema de guerrillas, a la Wehrmacht. El sueño dorado del bienestar ucraniano al lado de los alemanes sólo duró dos estaciones. Malo y horrible era el marxismo de seminario de Stalin, pero mucho más espantoso el nazismo pagano de Hitler.
Hoy la extrema derecha ucraniana, alentada entre otras fundaciones por la de Konrad Adenauer, inserta en el Partido gobernante hoy de Alemania, sólo pretende el suicidio o la autoinmolación de Ucrania a favor de los broncos dioses germánicos, que ya el gran Snorri presentase en la Alucinación de Gilfy. Y el extraño asesinato del fascista Alexander Muxychko podría tener el significado tremendo y pavoroso de callar la boca el actual gobierno a la extrema derecha más indiscreta que coadyuvó decisivamente, con las sangrientas algaradas y sus francotiradores, a la expulsión del último presidente ucraniano elegido por las urnas, Viktor Yanukóvich, así como al encaramamiento en el poder del actual gobierno.
Ucrania y Rusia, dos grandes naciones de la misma etnia milenaria, sólo pueden crecer juntas, colaborando con leal reciprocidad. Las dos se necesitan, y la lógica histórica les impone un buen entendimiento. Esperemos que sus dirigentes sean lo suficientemente generosos y nobles para comprenderlo. Porque los pueblos ucraniano y ruso ya lo saben desde hace siglos, representados por sus grandes creadores de arte, música y literatura, además de por una mundivisión común indesmayable, que no ha sabido arrancar ningún ímpetu germánico. Ni el imperio autrohúngaro (distrito de Przemysl), ni la despiadada Alemania nazi.