Ahora que arde Troya y la derecha corre a refugiarse en Ciudadanos, hay que decir que Rivera, con su constitucionalismo, es Anne Sexton proponiendo hacer árboles con la madera de los muebles viejos.
Troya arde porque entre sus muros constitucionales trotan diecisiete caballos de Troya, uno más de los que tuvo Cortés para conquistar el imperio azteca. Troya surgió de la ficción interesada (consenso) de que las partes (diecisiete) constituyen el todo. Troya carece de representación (anulada por el sistema proporcional), y por tanto, de nación política: la fuerza centrípeta de los diecisiete caballos descuartiza la unidad constituyente. Lo demás es lo que vemos.
Vemos a Rajoy elogiar (“modélica”) a Alemania, (la madre de todos los Estados de Partidos) por lo de Cataluña, y lleva razón en lo que le toca, que es la defensa a muerte del sistema que a él le da de comer y cuyo teórico, Gerhard Leibholz, nos vendió como la superación definitiva del tiquismiquis de Montesquieu: la integración de las masas en el Estado.
Los padres fundadores de América tuvieron la grandeza de reconocer el fracaso de su Constitución confederal del 78, e hicieron la Constitución federal del 87, que supuso la invención de la “democracia representativa”. No será así en España, ya con las llamas troyanas en el portal, y el descalzaperros catalán es irreversible. Lo fue desde el principio, dueño aquel caballo de las cebaderas (educación y medios de comunicación) de la hegemonía cultural para el separatismo. De ahí todos los paripés: el paripé del 155 (“cuyo arte estriba en saber no usarlo”, decían en el 81 los juriconsultos cursis), un artículo de “camouflage”, en lugar del 116, que era lo serio; el paripé de los espías-“enredas” (“la fregona está en el cubo”); y el paripé del gobierno de frau Merkel (¡doña Angelita la pastelera!) para arrebatar a los jueces lo que son “business” de los políticos, entre ellos, naturalmente, Puigdemont, el árbol que cobra por no dejar ver el bosque.