Dos vocablos solemnes. Imponentes. Pero, al haberlos puesto yo sobre estas letras, no acusaré a la repugnante oligarquía que nos envuelve de estar detrás de alguna operación de esas con plumas de sombrero para colocarme en un brete intelectual. Si bien es cierto que los agentes carcinógenos que asolan España han logrado penetrar el lenguaje político hasta lograr esa metástasis cerebral consistente en decir mucho para no decir nada o bien susurrar tendenciosos disparates de cara a lograr las más aberrantes manipulaciones, si se fijan verán que los sustantivos del título tienen buena cara y gozan de excelente salud. Yo mismo he practicado una biopsia y he comprobado que si nos mantenemos lejos de la sangre y linfa que manan de la partitocracia, aún podemos conservar limpias las palabras y, consecuentemente, sano el pensamiento y la capacidad de análisis. Ese examen oncológico que muchos llevamos haciendo desde que advertimos que una canalla perfectamente identificada ha conseguido afectar las acepciones de las palabras hasta el punto no sólo de nublar la vista de los ciudadanos sino de sumirlos en una ensoñación, en una hipnosis tan paradójica, tan absurda, tan tremenda que, evaluados los políticos – los de siempre, que nunca hemos tenido otros – con notas acordes al fracaso escolar que lidera en Europa nuestro país, piensan acercarse de nuevo a las urnas para votar a los mismos a los que dicen despreciar. Ello sólo es comprensible atendiendo a la existencia de una enfermedad mental de etiología aún no establecida. Esta patología, llamémosla así – no nos meteremos con Lefebvre y la historia de las mentalidades porque la conciencia de grupo ahora duerme plácidamente – provoca, por un lado, impotencia y ansiedad en quién contempla horrorizado el bosque y, por otro, otorga plena y contundente razón a las palabras de D. Antonio García Trevijano en su último libro, 'Teoría Pura de la República'. Dice el pensador: “El verdadero peligro está en los partidos estatales que, en lugar de representarlas y dirigirlas (se refiere a las masas) se han adueñado del Estado haciéndose ellos mismos masa social y materia de intereses. Con demagogia de masas, han suplido el descubrimiento revolucionario de la separación de poderes, con la integración permanente en el Estado de una sindicación de partidos de poder estatal. El alma y la mente masa gobiernan el Estado de partidos”. Acabamos de asistir, en la madrugada que abrió la campaña electoral para las Elecciones Autonómicas y Municipales, al paradigma más escandaloso del dislate político señalado. Cuando la Sala Especial del Tribunal Supremo había anulado todas las candidaturas presentadas por la coalición Bildu, basándose no en criterios de oportunidad política sino en razones estrictamente jurídicas, resolviendo el recurso contencioso-electoral presentado por el Gobierno y la Fiscalía, el Tribunal Constitucional evidenciaba de manera escandalosa su servidumbre a la dictadura de partidos. Autorizaba las listas del nacionalismo vasco más radical dejando al Supremo en ropa interior. No nos ocupan aquí los contenidos –Bildu sí, Bildu no- sino las formas que demuestran que no se puede llegar más allá en el sometimiento del Poder Judicial al Ejecutivo, que es lo mismo que señalar que resulta difícil llegar a una perversión mayor de lo que se nos presenta, anuncia y cacarea como monarquía democrática. Y aún podemos subir un par de escalones más, señalando que es la cuarta vez que el Constitucional revoca una decisión del Tribunal Supremo relacionada con la denominada 'izquierda abertzale', gracias a los hombres del PSOE en ese edificio tan galáctico y poniendo de manifiesto que no es oro todo lo que reluce en el Constitucional, c'est a dire: no todos son jueces. Pascual Sala es juez (TS). Desde 1.988 ejerce relevantes puestos, dedocráticamente nombrado por el PSOE; Eugeni Gay no es juez, Elisa Pérez no es juez, Adela Asúa no es juez, Luis Ortega no es juez, Pablo Pérez no es juez. En cuanto a los que se oponían a admitir a Bildu: Javier Delgado es juez (TS), Ramón Rodríguez es juez (TS), Roberto García-Calvo es juez (TS), Manuel Aragón no es juez y Francisco José Hernando sí es juez. (TS). Sinteticemos: hombres colocados por el Ejecutivo que no son jueces están en la cúpula de las decisiones judiciales por encima del Tribunal Supremo. Independencia en estado puro y Montesquieu con un soberbio ataque de histeria. Y es en este punto donde aquellos vocablos de la vanguardia discursiva toman cuerpo. Aunque tanto Tiempo como Miedo son intangibles, no obstante disfrutan la cualidad de que sus efectos son apreciables en sumo grado. Decía y digo que, impotencia y ansiedad de por medio, ante este esperpéntico panorama, la necesidad de acción es una cruel e insistente espuela que se clava en cualquier mente dotada de sentido común. No hace falta más. En varias ocasiones D. Antonio García Trevijano ha tenido que sugerirme que me calme, dada mi natural tendencia a arrasar la paciencia, sueltas las riendas de la indignación. Y me calmo sin calmarme. No acudiré a Éfeso en busca de Heráclito porque ese viaje aparece ya hasta en los folletos turísticos, pero nuestra fuerte tendencia a considerar tiempo a nuestro limitado tiempo y la imposibilidad de que el segundero invierta su orbitar, me enferman. Reducido infinitesimalmente un segundo, nos encontraríamos con que pasado, presente y futuro serían uno sólo, pero, sin llegar a dimensiones de tiempo universal, contamos con las suficientes estaciones como para crearnos bastantes problemas al tener que asumir metafísicamente, por un lado la 'lentitud' del tiempo como negativa para los cambios que añoramos y, por otro, advertir que mientras más 'rápido' vayamos, mayor posibilidad de errores y peor porque nos acerca el final. El nuestro. Así, leyendo a D. Antonio, me pregunto cuándo llegará ese estímulo que despierte la conciencia de grupo y que “comunica inmediatamente al agregado de individuos un carácter nuevo colectivo, que Lefebvre llamó 'estado de masa'" y que yo entiendo como germen revolucionario de cambio. En cuanto al Miedo – permítanme la mayúscula- resulta un elemento paralizante, con lo que su relación con el tiempo es obvia. La dilatación de un proceso de cambio en España que devuelva el pensamiento al pensamiento y el lenguaje al lenguaje, luego, haga posible la democracia formal y la libertad política desplazando a la corrupta oligarquía de partidos, está sujeta a la liberación del miedo, que no es uno sino muchos. Posiblemente, y volviendo a Lefebvre, el 'estado de masa' es un estadio fundamental para que la parálisis se convierta en acción. Y es justo en esta posada donde me detengo para señalar una aportación de la 'Teoría Pura de la República' que me parece, no solamente extraordinariamente interesante desde el punto de vista del análisis de la Revolución Francesa, sino de plena actualidad en nuestro 2011: el papel de la mujer. Parecerá a algunos cuestión arqueológica ir a 1789 a buscar fuentes de enseñanza para nuestra fatal coyuntura, pero recuerdo ahora que cuando los científicos buscaban vestigios de Troya encontraron nada menos que seis o siete ciudades superpuestas. Una de ellas, y no la última, fue de la que Homero dijo tanto. Y otra cosa más -disfruto con los rasgados de vestiduras- una mente limpia y con capacidad de abstracción sabe que las primeras piedras del Muro de Berlín se colocaron cuando se derrumbó el feudalismo en París. No está tan lejos lo que parece tan lejano. Si D. Antonio García Trevijano pone de manifiesto que emerge de los mercados, donde la intensa comunicación cuerpo a cuerpo y la atención a las cuestiones de intendencia son esporas revolucionarias, la decisión de la mujer de “marchar contra la Asamblea Nacional y si fuera necesario contra el Palacio de Versalles” , hartas de la indolencia de los hombres y de su falta de capacidad para la movilización, “yendo como mujeres para poder actuar como mujeres”, me permito extrapolar a nuestro país mi convencimiento de la necesidad de que las mujeres asuman una responsabilidad de primer orden en el cambio que nos es obligado afrontar. No sólo ha quedado reducido a sectores desquiciados y marginales el feminismo del odio y el rencor, sino que es el momento propicio para una acción avanzada en busca de su identidad como personas acreedoras en igualdad de dignidad y libertad política. Los derechos jamás han pertenecido al apartado de la dádiva o la caridad. Asimismo, se hace necesaria su actuación como destructoras de ese miedo, basado en las contradicciones más toscas, en el que los hombres parecen haberse envuelto como extrañas avestruces de cabeza en agujero. El paso de la teoría y la aprehensión intelectual de los problemas a la acción no es fácil. Los peligros de un activismo descontrolado, confuso, oportunista, mestizo en la enfermedad y sin otro rumbo que el ruido, están ahí. Pero, afortunadamente, contamos con brillantes inteligencias de hombres y mujeres con honestidad y entrega capaces de caminar construyendo vida y futuro. No es éste mundo que tenemos, ni el queremos, ni el que nos habían prometido con aquella 'reforma' de la Transición. Es más que evidente que sólo el desapego más absoluto de la oligarquía conducirá al desmoronamiento de la dictadura de partidos. Y ese desapego tiene un nombre de máxima vigencia ahora que estamos (están) en campaña electoral: la abstención activa. Esta vez ir hacia la democracia no consiste en llenar las urnas sino en dejarlas vacías. No se dejen convencer por esos supuestos 'deberes cívicos' que sólo pretenden la perpetuación de la rentable podredumbre. Los lobos no dan consejos a las ovejas. Se las comen.