Los niños aparecieron en Europa junto con el reloj de bolsillo y los prestamistas cristianos del Renacimiento.
–La niñez –nos recuerda Ivan Illich– como algo diferente fue algo desconocido para la mayoría de los períodos históricos. Con siglos de cristianismo, los artistas pintaban al niño como un adulto en miniatura sentado en el brazo de su madre.
Illich, que ya en el 71 preconiza la desescolarización de la sociedad, denuncia que los niños, sometidos al impacto de una urbanización intensa, se convierten en un recurso natural que han de moldear las escuelas para luego alimentar la máquina industrial.
La industria más boyante del momento es, desde luego, el calentamiento global, que ha encontrado a su sor Lucía laica en la niña Greta, que llama a la huelga escolar (¡oh, justicia poética!) en el mundo y aspira al Nobel de la Paz de Chamberlain (“mi paz os dejo, mi paz os doy”), Arafat (“si mi pluma valiera tu pistola”), Annan (“petróleo por alimentos”) o Al Gore, papa Clemente de este Palmar.
Tras de emancipar a los obreros y a las mujeres, la izquierda profesional se propone emancipar a los niños, y ha confiado a Greta los tres secretos profanos de Fátima, que está en la Onu: el fin de la guerra de los negacionistas, la conversión de Rusia y… Trump, que es un loco, como repite la niña con arpegios psittacoideos, porque no firma el cheque con que Mrs. Claypool (Margaret Dumont) acaricia los bolsillos de Groucho en “Una noche en la ópera”. O sea, una locura, la de Trump, peligrosa para las economías de chiringuito, no como la de los parricidas de Godella, que tiene a todos los mugrillas mediáticos buscando atenuantes de alienista en los apuntes del doctor Esquerdo (el periódico global colocaba a esos padres muy por encima del modelo familiar de San Joaquín y Santa Ana).
Nosotros, en fin, dimos a los suecos el tabarrón de Pepito Arriola, el niño del piano (primo de Hildegart), y Suecia nos lo devuelve con Pipi Calzaslargas y la niña Greta.