Parece inconcebible que un sistema de libertades, basado en la regla de poder para la mayoría electiva, engendre situaciones de tiranía. Pero la Historia ha confirmado la posibilidad de imposibilidades teóricas, que sorprenden por la lógica material que concatena el proceso de su realización. El bonapartismo y el nazismo tendrían que haber bastado para no idolatrar a las mayorías electorales, bajo el estúpido prejuicio demagógico de que el pueblo votante siempre tiene razón. El estado de cosas al que la transición nos llevó está caracterizado por dos tipos de tiranía elegida. Hasta que se produjo la primera mayoría absoluta, las libertades estuvieron dominadas por la tiranía del consenso: “la protección contra la tiranía del magistrado no es bastante, se necesita también protección contra la tiranía de la opinión y del sentimiento dominantes, contra la tendencia social de imponer… sus propias ideas y prácticas como códigos de conducta sobre aquellos que disienten de ellos” (Stuart Mill). La victoria del “cambio” socialista superpuso la tiranía de la mayoría electoral. Prisioneras del consenso, las minorías ni siquiera imaginaron la posibilidad de reformar la Constitución para oponerse a la reunión en un solo partido de todo el poder:”dad todo el poder a los muchos y oprimirán a los pocos” (Hamilton). La resaca de los incontestables triunfos de González y Aznar fue espantosa, pero éstos siguen ebrios de soberbia despótica, enfangados en las guerras sucias del poder. Alguna que otra rebelión ciudadana, como aquella de la huelga del 14 de diciembre, al romper la tiranía del consenso, hizo que las minorías percibiesen la insoportable tiranía de la mayoría, pero sin llegar a sentir todavía la necesidad de protección constitucional de su derecho de oposición. Estas minorías sólo buscan, con la ausencia de mayoría absoluta, volver a aprovecharse de la situación original de tiranía del consenso, para medrar (coaliciones) u obtener concesiones (partidos nacionalistas). Y puestos a escoger entre dos tipos de tiranía, los votantes prefieren estar con la del ganador, ya que da más facilidades de gobierno, aunque sea al precio de una mayor impunidad de la corrupción.