«La abstención no va a cambiar nada, es cosa de unos pasotas. Total, los políticos son tan cínicos que seguirán gobernando aunque sólo les voten sus madres».

En efecto, parece que es muy difícil comprender cómo la abstención pueda hacer mella en un régimen político establecido y con su oligarquía bien asentada durante décadas.

Incluso es más difícil de comprender para la gente que piensa que la vida moderna es el epítome del ser humano, aunque sus ancestros de hace menos de un siglo aún tuvieran mucha dificultad para poder llevarse algo a la boca.

En sentido político, la «generación del bienestar» ha renunciado incluso a tener descendencia. A fin de cuentas, extinguido el proletariado en su sentido más profundo, los trabajadores no tienen necesidad de luchar por sus derechos, ya no digamos de forma violenta como antaño.

Válgame esta generalidad para poner como ejemplo de que nos encontramos ante una sociedad sometida, en la que los políticos han sabido vender con supuesto bienestar un statu quo por el cual quede sofocada toda reacción política.

En este contexto de sumisión, se antoja muy complicado —políticamente hablando— establecer la alternativa democrática a la partidocracia instaurada, en aras de la consecución de la libertad política.

Pero no sólo en sentido negativo encontramos la imposibilidad de un golpe violento que provoque el cambio, sino que además, nuestra cultura católica establece como moralmente superior la acción pacífica.

Prefiero no hacer la cuenta del número de manifestaciones habidas en España desde 1978, y quizás sea mejor no sacar a la palestra la omisión deliberada por parte de los sindicatos de manifestarse en las situaciones en las que los políticos han violentado a la ciudadanía.

Una vez expuesto el contexto, sólo queda reflexionar sobre las diferentes dimensiones en la adecuación de la abstención como estrategia para alcanzar la alternativa democrática.

En primer término, creo que es oportuno analizar la esfera individual. Y el resultado es meramente moral, ni más ni menos. El individuo gana control sobre sí mismo al dejar de participar en un régimen electoral que sabe fraudulento, que da fuerzas a sus enemigos políticos, y que puede ver que en los países vecinos hay implementados regímenes electorales que sí dotan de representación política a los electores.

Desde el punto de vista social, en un régimen oligárquico, una alta abstención materializa ante los ojos de todos que los políticos no están respaldados por sus gobernados.

En el plano político, la abstención no opera como precipitadora del cambio en sí misma; sin embargo, provoca una respuesta moral, en el sentido en que los súbditos retiran la legitimidad a la clase gobernante. No es que cambie el régimen por la abstención en sí misma. ¿Ustedes se imaginan que hubiese sucedido en España, en una sociedad concienciada y que ha retirado su apoyo a la clase política, ante una aberración como que los diputados estuvieran de fiesta con prostitutas bajo el confinamiento general de la población en una alerta sanitaria?

Si el sentido común dicta a los gobernados la desconfianza hacia los políticos, más aún desconfianza deben generar los salvapatrias que en nombre de la libertad política pretendan revolucionar el orden político desde dentro del propio régimen. El que no haya aprendido aún que el llamado Congreso de los Diputados es una suerte de circo donde se va a escenificar lo pactado en los despachos de los partidos, no lo va a aprender ya (o no quiere saberlo). Pero peor todavía es que, a sabiendas de conocer la inutilidad y corrupción de aquella institución, se les llene la cabeza de orgullo al presentarse al estrado a decirles a todos que no hay separación de poderes, ni representación política.

A pesar de que con su vía reformista, estos «carismáticos líderes» oportunistas continúen prolongando un poco más la agonía de una España desecada, yo seguiré diciendo que la única forma institucional que garantiza la libertad política para España es la República Constitucional, y que la alternativa democrática no es votar en este régimen, ni en Europa.

2 COMENTARIOS

  1. Los que NO acuden a las urnas de esta corrompida Monarquía borbónica por percepción o razonamiento han advertido ya el poder deslegitimador que tiene la ABSTENCIÓN,cuando puede exteriorizarse sin miedo,en todo régimen de dominio del elegido sobre el contribuyente-votante.

  2. Sin duda alguna la abstención es uno de las armas de combate que tenemos, contra el régimen del 78, y estaría muy bien fomentar otras armas de combate.
    Una cosa buena es que cada día que pasa hay más personas que son conscientes de que el problema es el régimen. Por eso es tan positivo seguir dando la batalla.

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