Quienes forman parte de la clase política, y también quienes aspiran a integrarse en ella, gustan de alabar a los gobernados. Apelar a la sabiduría del pueblo es el primer recurso para justificar la servidumbre voluntaria. Así, se ha dicho hasta la saciedad que el pueblo español es sabio eligiendo, cuando nunca ha elegido nada. Más al contrario, generalmente ha demostrado una ignorancia política supina.
Los que se atreven a decir que el español, como cuerpo gobernado, es un pueblo políticamente ignorante, serán quemados en la hoguera del elitismo o de la aristocracia pensante. Sin embargo, lo cierto es que por lo general sólo busca un mesías que le salve y al que seguir ciegamente. La falta de práctica del ejercicio de la libertad ha causado estragos, sobre todo en la libertad de pensamiento.
Las nuevas vías que la tecnología ha abierto para que corra la información de cualquier calidad y clase no han mejorado la situación, como pudiera pensarse. Es cierto que se ha visto facilitado el acceso a fuentes antes casi inaccesibles, pero también que raras veces esto ocurre, y que, lejos de favorecer el estudio riguroso, ha añadido a los ignorantes voluntarios hordas de confundidos. Y si del error y de la ignorancia se sale, de la confusión es mucho más difícil.
No es raro ver periódicos deportivos haciendo sesudas reflexiones políticas sobre un suceso de actualidad concreto. Ni espacios televisivos dedicados a fantasmas y extraterrestres concitar expectación para hablar de asuntos de gran importancia para este mundo terrenal. No digo que sea imposible mantener el rigor preciso en ese contexto, aunque desde luego las dificultades son evidentes (o videntes, algunas veces). Y por otro lado, qué decir de la prensa hegemónica dominada por las oligarquías, a la que esa falta de rigor sirve de coartada para justificar la gran mentira de este régimen.
La droga de la satisfacción instantánea de información ha generado legiones de followers convencidos de antemano por sus divas mediáticas, buscando cualquier excusa para continuar queriéndoles. Se consigue así una paradoja digna de estudio. Adoptar una postura escéptica y comulgar ovejunamente con ruedas de molino. Les orinan encima y dicen que llueve, aunque lo vean con sus propios ojos. La psicología ha definido a esta conducta con el nombre de sesgos de confirmación, reflejo hoy del poder hipnótico del fenómeno fan en prensa y redes sociales.
La expresión soez del director de tertulia radiofónica, las acciones deplorables del repórter Tribulete de turno o del youtuber metido a político son perdonadas de inmediato. Claro, son insignificancias en sí mismas. Pero si generalmente las explicaciones de aquellos suelen ser ridículas y aun histéricas para justificar sus meteduras de pata, más patéticas son las actitudes de sus adoradores, que no se paran a mirar hacia atrás sobre el actuar de quienes históricamente no les duele en prenda cabalgar sobre la ética, la dignidad, la moral, la honestidad y el rigor. Total, con todo lo que hacen por nosotros.
Como los famosos del corazón y la música, que se apresuran a fotografiarse en la catástrofe. Sin embargo, como decía un amigo, lo que nos define sobre todo es lo que hacemos cuando no nos ven, más que lo que hacemos cuando todos nos ven. Porque lo primero demuestra quienes somos en realidad.
Cuando se hace una inversión psicológica en ciertas ideas, uno se identifica mentalmente con la doxa defendida. La búsqueda de consistencia interna y la aversión a estar equivocado se transforma en dogmatismo. Como lo expresó Voltaire: “El cerebro humano es un órgano complejo, con el maravilloso poder de lograr que el hombre pueda encontrar razones para seguir creyendo lo que él quiere creer”.
Tal cual Alan. Un abrazo
Extraordinaria reflexión.