Que el curso histórico de la revolución francesa desemboque en las guerras napoleónicas explica el desencanto y la desconfianza que generaron sus grandes promesas incumplidas. No obstante, su influencia ha perdurado a lo largo de los siglos posteriores, tejiéndose con los hilos de aquella madeja una maraña de engaños constitucionales que nos sigue envolviendo. A pesar de sus consecuencias, las esperanzas que despertó están reflejadas en las palabras de Kant “esta revolución de un pueblo lleno de espíritu puede triunfar o fracasar, puede acumular tal cantidad de miseria y de crueldad que, un hombre honrado, si tuviera la posibilidad de llevarla a cabo una segunda vez con éxito, jamás se decidiría a repetir un experimento tan costoso, y, sin embargo, encuentra en el ánimo de todos los espectadores una participación de su deseo, rayana en el entusiasmo… Porque un fenómeno como ese no se olvida jamás en la historia humana, pues ha puesto de manifiesto una disposición y una capacidad de mejoramiento en la naturaleza humana como ningún político la hubiera podido sonsacar del curso que llevaron hasta hoy las cosas”. Condorcet, que llegaría a presenciar las elucubraciones metafísicas que emanaban de la Asamblea Legislativa, dejó escrito en De l´influence de la révolution d´Amérique sur l´Europe que “no basta con que los derechos imprescriptibles vivan en los escritos de los filósofos y en los corazones de los hombres rectos, los hombres débiles e ignorantes deben leerlos en el ejemplo de una gran nación. América nos ha dado este ejemplo. La Declaración de Independencia americana es una expresión simple y sublime de esos sagrados deberes que fueron olvidados por tan largo tiempo”. En tierras que se daban por inhóspitas para la libertad de acción colectiva, pueblos enteros están levantándose, hartos de soportarlos por más tiempo, contra regímenes despóticos, mientras en una Europa donde nunca ha fructificado la libertad constituyente, se asiste con una mezcla de estupor y condescendencia a esas revoluciones que aquí consideraríamos anacrónicas, puesto que a nosotros nos otorgaron la democracia sin necesidad de conquistarla.