¡Aquí hay pomada! Y la hay para untados y para ungidos. No porque sobre, sino porque los primeros necesitan de los segundos y los segundos utilizan a los primeros. Son seres extraordinarios, capaces de metamorfosearse el uno en el otro y de vuelta a la forma primigenia. Ungidos, los que ocupan altos cargos públicos por gracia de la oligarquía; untados, los que, desde el ámbito privado, reciben privilegios, favores, prebendas, canonjías, contratos. Cuando el poder cambia de manos y pasa de un oligarca a otro, muchos son los ungidos que pasan a engrosar las filas de los untados; y no pocos de éstos últimos comienzan a acicalarse con los afeites del nuevo poder. Unos y otros se intercambian cargos, dignidades y cesantías.
Son fáciles de identificar, siempre pululan alrededor de los jefes de partido, también conocidos como oligarcas. Son los magnates del siglo XXI, a los que el devenir de la lengua española ha situado tan cerca de su realidad de mangantes de lo que es de todos. Confunden lo público y lo privado en lo tocante a dineros y, lo que es peor aún, en lo que se refiere al interés. Convierten su codicia particular en necesidad para la gobernación y se excusan en la razón de Estado, que no es otra cosa que la opacidad con la que envuelven los sucios engrases con los que se ungen y untan.
Así es como los españoles venimos subvencionando la quiebra de bancos y cajas de ahorros; soportamos las deudas millonarias contraídas por clubes deportivos con la Seguridad Social; somos acusados de adeudar miles de millones de euros por pagar la electricidad a un precio supuestamente inferior al de coste de producción, pese a lo cual las empresas del sector tienen cada año beneficios multimillonarios. Mientras tanto, los sucesivos gobiernos aumentan las tarifas eléctricas una y otra vez, indultan a banqueros inhabilitados por la Justicia y amnistían a los grandes defraudadores de la Hacienda pública.
¡Ay, la amnistía fiscal! ¡Qué buen amante eres, Gobierno, del hijo pródigo! ¡Qué taimado eres, Gobierno, para con quienes cumplimos con nuestras obligaciones fiscales! Nada bueno esperaba de ti, Gobierno. Eres el producto repetido de una Carta Otorgada que no es Constitución por más que lo repita tu propaganda, porque no separa los poderes; porque no garantiza nuestro derecho a la representación, usurpada por los partidos estatales, todos, a los que nos obligan a subvencionar al mismo tiempo que los propios partidos estatales mantienen secuestrada nuestra capacidad de intervención en las decisiones políticas.
Y los tribunales de Justicia renuncian obscenamente a citar a ciertos ungidos untados y untadores “para no estigmatizarlos”. ¿Qué burla es esta? Nolite tangere christos meos: no toquéis a mis ungidos. El carácter electivo de la monarquía visigoda española fomentó rivalidades, conspiraciones y violentas luchas por el poder hasta el punto de convertir el regicidio en un medio ordinario más de sucesión en el poder. El IV Concilio de Toledo sacralizó la figura del monarca visigodo electivo, en pos de la estabilidad política, con el fin de que aquellos primeros Hispaniarum reges dejaran de perder la cabeza junto con la Corona. Y aún más, aquel concilio sirvió también para apoyar el reinado de Sisenando, que había destronado a su predecesor, Suínthila, y que llamó a concilio para envolver de legalidad y legitimidad su violento acceso al poder.
Esta maniobra política de legitimación de lo que a todas luces era tan ilegal como ilegítimo se repitió en España tras la muerte del dictador Franco. El postfranquismo lo llamó consenso y con él se engendró el neofranquismo.
Así es como la sombra visigoda del IV Concilio de Toledo ha llegado hasta nosotros: “No toquéis a mis ungidos; tampoco a mis untados, ni a mis eléctricas, ni a mis banqueros indultados, ni a mis amnistiados fiscales,…”. Todos ellos en la pomada.
Javier Torrox