VICENTE DESSY MELGAR.
Si al decir de Carlyle, en las verdes praderas de la Nueva Jerusalem pastó la libertad política, en los fértiles valles de la tierra azteca, se hizo fuerte la resignación ante la adversidad. ¿Estoicismo latino? Más bien, servidumbre resignada.
Si existiese una enfermedad psico-social colectiva mejicana, habría que decir que esa forma de lamento colectivo tan estéril como letal llamada resignación sería la suya. Comienzan a apagarse los ecos de falso optimismo, nacidos posiblemente del ingenuo deseo de no asumir la realidad, que trajo el nuevo gobernante mexicano. Y la vida sigue igual. Caminando al borde del precipicio. A un lado, las verdes praderas, donde retoza pastueña la clase política. Al otro, la desaparición del poder político organizado. En medio, en el sinuoso sendero de la realidad diaria, se van abriendo paso los síntomas de la deslegitimación del poder por su incapacidad para el control de sus funciones clásicas. Tres síntomas: autotutela, impunidad y violencia que van ocupando los terrenos abandonados por el poder. Goteras en el edificio del Estado. Sin fuerzas para mantener el equilibrio, el pastor de este rebaño zigzaguea dando pasos en el aire. Peligrosa es la caída. Silencio es la respuesta del ganado. Como cordero que es llevado a degollar.
Sin tercio laocrático y sin sociedad civil hegemónica, con la pesada carga de sobrevivir a diario, con más de cuarenta millones de personas en situación de hambre y un Estado desconcertado y huidizo, los grandes números de la economía se presentan como algo irreal y no tangible. El pastor y el rebaño hablan el mismo idioma. Perfecta sintonía. Si el rebaño se descarría no será porque le lleven a la fuerza al barranco, sino porque consiente que lo hagan. A tal señor, tal vasallo. Los vicios del político azteca son fiel reflejo de los vicios de la sociedad que resignadamente lo sostiene. Armonía perfecta. La servidumbre resignada y voluntaria reproduce el milagro de la perpetuación de los eternos. La casta plutocrática. Las quince familias dueñas de lo que hay y de lo que habrá en lo que otrora fue el cuerno de la abundancia. Nunca se vio más claramente el abismo que separa la clase dominante de la clase dirigente. Doble resignación: del rebaño con su pastor y del pastor con el dueño del huerto cerrado. La resignación actúa en esta república como el manto de armiño en las monarquías: esconde la realidad, la prestidigita, la disimula y la convierte en invisible al rebaño. Monumento al como sí. Monumento a la resignada servidumbre.