Ideología: “1.f. Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc”.
La identificación ideológica, presentada hoy como representación política, es el modelo de representación parcial, propio de los Estados de partidos. Estados que con independencia de su forma, república o monarquía, se sostienen sobre los mismos pilares; nula representación ciudadana, poderes ejecutivo y legislativo no separados y una justicia dependiente del poder político.
La representación ideológica es parcial, porque atiende sólo a una parte del significado que contiene su enunciado, al tratar únicamente, de la afinidad ideológica del representado con el representante y de la lealtad de éste, no a sus electores, que ni siquiera lo conocen, sino al jefe de su partido. Pero la vida política contiene aspectos tan importantes o más que esa afinidad.
La verdadera representación política es fiel a la corriente ideológica que representa, pero sobre todo, es leal al compromiso contraído con los electores, ante quienes es responsable. El representante político defiende y no comercia con los intereses particulares de su distrito electoral, de personas concretas a las que conoce, y ello, sin traicionar su ideario. No hay que olvidar que fueron los intereses particulares los que originaron el interés político.
Si el mandato de los electores entra en colisión con la corriente ideológica del representante, éste atenderá al mandato imperativo de sus electores. Una fábrica que se pretende desmantelar y que dejaría en paro a un buen número de trabajadores, o la instalación de una planta de reciclado de basuras que podría dejar un ambiente irrespirable en el distrito, serían claros ejemplos.
En el comercio ideológico del Estado de partidos, los programas electorales y la ideología contenida en ellos, se traicionan mediante concesiones al pacto, con la subsiguiente frustración del elector, que ciego y resignado, reacomoda los jirones de sus ideales políticos para ajustarlos a los requerimientos del que persistentemente los traiciona.
El auténtico representante político es alguien pegado al terreno de su distrito, en el que tiene presencia continuada y está al tanto de todos los asuntos que atañen a la comunidad a la que representa, no es un empleado de número del partido, que entre bronca y bronca, se echa un sueñecito en el escaño. Su poder emana directamente del pueblo, no de los méritos en el peloteo del ascenso en el partido.
La representación cercenada que se da en la partidocracia, permite el engaño de hacer creer a los electores que los empleados del partido representan a los ciudadanos, y no al partido.
Los partidos instalados en el Estado, conscientes de la debilidad de tal representación, transmutan en ideología imprecisa e ilimitada, los contenidos del pacto, aunque resulten antagónicos con lo comprendido en el programa electoral. La característica ideológica, que solo asume una parte de la representación, como ya hemos visto, se agranda como un estómago deformado por la glotonería, ocupando todo el espacio político y sepultando con su chatarra los intereses más apremiantes de la ciudadanía. Mediante el mercadeo ideológico -en el que consiguen implicar a las masas por este proceso de agrandamiento- se dirimen las luchas particulares entre los partidos para aumentar su cuota de poder, dejando en orfandad la representación política de la ciudadanía.
Las verdades parciales, propias de las ideologías clásicas, en su afán de abarcar todos los aspectos de la vida humana, fracasaron estrepitosamente en el siglo XX, y llenaron de un sufrimiento inaudito, hasta el último rincón de Europa. Con una cara más amable, las infladas neoideologías, convertidas ahora en doctrinas surgidas del Estado, persisten en la ambición de alcanzar con su vacío, hasta el último pensamiento del aturdido ciudadano.
La representación ideológica es una falsedad monumental -y uno de los factores fundamentales del fracaso de la II República española-. En todo caso, podríamos considerar que los partidos y sus dúctiles ideologías son representativos por afinidad con sectores concretos de la población, pero nunca verdaderos representantes políticos.
Excelente artículo, Marce; muchas gracias por dejar tan claros los conceptos. Me da por pensar que las ideologías son uno de los obstáculos contra la libertad. Es una herramienta de control del régimen del 78. Ningún régimen ha sido eterno, así que el régimen del 78 también tendrá fin. Estemos preparados para que cuando llegue el momento, para que se pueda conducir esa caída hacia la conquista de la libertad política colectiva