Franco, Juan Carlos y Felipe. (foto: Jaume) Se ufanan de habernos donado la “democracia” a través de un arriesgadísimo proceso jalonado de sacrificios. Campanudos discursos y gestos patéticos suelen acompañar a las glorificadoras exégesis del régimen neofranquista. En su desbordante autocomplacencia suplantan con deformadas imágenes y argumentos retorcidos la realidad de aquellos días en los que la libertad política fue sofocada. ¡Falsarios! ¡Aduladores del triunfo de la sinrazón! ¡Mercenarios de la ambición más rastrera! ¡Su desvergüenza les hace concebir la esperanza de perpetuar tan colosal engaño! ¡Los ocultistas de la transición siguen apelando al espíritu del pacto entre traidores para renovar las fuentes inficionadas del consenso! Hallan cobijo en la moral de esclavo de tanto servidor voluntario de la opresión, de tanto desenfrenado aprovechador de las circunstancias, sean las que sean, de tanta cobardía incrustada en esas almas, cuya servidumbre, si no es planta natural, ha sido cultivada pacientemente. Que continúen hozando en su obsceno inmovilismo; que sigan triturando ideales; que poden las ideas hasta reducirlas a hojarasca; es su siniestro oficio; mientras vivan o perduren en nuestra memoria hombres libres que se afanan en su decencia e irrenunciable búsqueda de la verdad, las insignificantes reputaciones de la Monarquía de partidos se volatizarán el día menos pensado, y con ellas, comenzarán a disiparse las mentiras con las que los medios masivos nublan la visión ciudadana de la democracia. Los herederos de la dictadura captaron las volubles y predispuestas voluntades de los conductores de los partidos clandestinos, para transar en secreto contra la dignidad y la libertad de los españoles. Se ha inculcado la necesidad de aquella infamia como salida pronta, prudente y factible de la dictadura. Proclamar la defensa del interés general es una eficaz y acostumbrada coartada de los déspotas, para sacrificarlo a sus abyectos intereses. La camaradería entre unos y otro fue espontánea desde que empezaron a negociar el usufructo del Estado, con la mutua concesión de favores y privilegios. El tipo de Estado y la forma de Gobierno eran asuntos harto complejos y decisivos, como para someterlos a la consideración popular.