Familia Real (foto: jlmaral) La novela que trataba los conflictos entre los afanes individuales y los colectivos anticipó el surgimiento de las ciencias sociales y el de la psicología. Y entre los que tienen una individualidad acusada, el artista que, con un espíritu indomable, no ha sido triturado por la industria cultural y se mantiene leal a la razón del arte, reitera y reinterpreta, ahora contra la sociedad de masas, la condena cultural de la “buena sociedad” que se sintetizó a principios del siglo XVIII con el vocablo “filisteísmo”, que denotaba un modo de juzgar las cosas por su valor material o utilidad inmediata, y que implicaba, por tanto, el rechazo de las inútiles obras de arte, destinadas a perdurar más allá del curso de una vida normal y conmover a distintas generaciones. Los revolucionarios que luchan por la constitución de una cosa pública digna, no pueden dejar de apreciar en la sociedad de votantes/consumidores, de opinadores mediáticos y de profesionales de la partidocracia, un atroz filisteísmo político, caracterizado por la ausencia de criterios democráticos y el predominio de los automatismos mentales de la servidumbre: lo que agrada al más poderoso es justo por eso mismo. Según nos confirman los exégetas cortesanos, doña Sofía, aparte de Reina, es persona (suponemos que humana y no divina), y como “per-sonare” tiene que ver con el hablar, a través de la máscara, de unos actores con otros o con el público en el teatro, la protagonista del escenario monárquico ha decidido romper su mutismo profesional para desvelar a los espectadores/súbditos sus mundanas impresiones, recogidas con absoluta fidelidad -no puede caber la más mínima duda al respecto- por su hagiógrafa. Ya decía Nietzsche que la más alta actividad intelectual del hombre político, o sea, la Retórica, es un arte esencialmente republicano. Y la Reina lo confirma con la simpleza, torpeza e inconsistencia de su discurso. Todos debemos acatar la constitución de 1978, y por tanto, ser monárquicos u oportunistas del juancarlismo, qué más da, porque “es lo que hay. Es la ley”. Sin embargo, frente a la ilegitimidad de las leyes que emanan de la usurpación de una partidocracia coronada, nos asiste el derecho de insurrección y nos empuja el deber de conquistar la libertad que no tenemos.