La muerte de Hugo Chávez en marzo de 2013 dejó en el poder a un grupo que genéricamente se ha denominado chavismo. Allí convergen diferentes subgrupos y tendencias segmentados por el grado de su actividad criminal o por la intensidad de su apetito de poder.
Chávez cuidadosamente dividió los factores civiles y militares de su gobierno para asegurarse un control total, sin riesgo de inesperados desafíos o traiciones. Así, le entregó sectores enteros de la actividad pública a clanes chavistas para mantenerlos en línea. De allí surgieron los boliburgueses, los bolichicos, el clan Maduro, el clan Cabello y el clan Ramírez, entre muchos otros grupos del sofisticado entramado de corrupción chavista.
Al desaparecer Chávez, quien arbitraba los conflictos de intereses de esas facciones, éstas quedaron reguladas por su propia dinámica de poder y ambición. Detrás de la aparente imagen monolítica y disciplinada del chavismo, comenzaron a surgir signos reales de graves contradicciones en su seno, algunas de las cuales han estallado, mientras otras están en plena ebullición.
En ese proceso de purga, el chavismo como tal ha ido desapareciendo para mutar en dos grupos que cada día son más perceptibles: el madurismo y el diosdadismo. El reparto de las posiciones civiles y militares claves del Gobierno se ha venido haciendo de acuerdo a los arreglos de estos dos grupos, que también han coincidido en la aniquilación de otras pequeñas facciones rivales. Así, progresivamente, fueron neutralizados operadores tales como Rodríguez Torres, Alcalá Cordones, Ortega Díaz y muchos otros que han sido execrados por traición a la revolución.
La reciente defenestración de Rafael Ramírez, antiguo zar de PDVSA y el hombre encargado de proteger financieramente a la familia inmediata de Hugo Chávez, confirma que nadie —excepto el entorno de Maduro— tiene inmunidad, ni siquiera por haber acompañado al comandante en sus últimas horas.
La caída de Ramírez no es poca cosa. Se trata del grupo financiero del régimen que alimentó a boliburgueses, bolichicos, y sus conexiones con factores financieros de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Aunque el fiscal Tarek William Saab dice que es un ataque a la corrupción, resulta muy claro que se trata de una guerra a cuchillo entre pandillas.
Una vez liquidado el clan Ramírez, sólo queda una facción atravesada en el camino de Maduro para asegurarse un poder absoluto: la de Diosdado Cabello. Pero lidiar con el grupo de Cabello no será tan fácil, porque cuenta con apoyo militar y, seguramente, más aceptación en los cuadros chavistas que el propio Maduro. Sin embargo, su decapitación como presidente de la Constituyente fue un claro signo de que ese ajuste de cuentas está en pleno desarrollo. Pero no puede haber duda de que un hombre que lleva semanalmente a generales a desfilar y pararse firmes en su programa de televisión es un hombre con poder e influencia en el Gobierno.
Así como la MUD no representa a toda la oposición, Jorge y Delcy Rodríguez no representan a todo el bloque oficialista en esas negociaciones. El grupo de Diosdado Cabello y las facciones militares que lo acompañan no están allí. Y ese es un detalle muy importante, porque Diosdado Cabello es claramente el otro factor de poder de ese estado chavista. Además, es el único miembro del alto Gobierno que no ha sido sancionado por los Estados Unidos, y un astuto operador que parece cuidar muy bien sus pasos. Por eso Cabello no se hizo representar y asistió personalmente en junio de 2015 junto a Delcy Rodríguez a las negociaciones con Thomas Shannon en Haití. Quizás la MUD ha estado negociando con la facción equivocada.