MARTÍN-MIGUEL RUBIO.
Pues ahora parece que la pasión independentista de los líderes catalanes no se debe a un evanescente pero ardiente anhelo hacia el camino de la patria catalana, y de la nación catalana con estado independiente. No, no tiene que ver con la fuerza de una fantasía política. Se trata sólo de evitar que la justicia española les pueda llevar a la cárcel por chorizos. Es natural. El sueño de todo político ladrón es crear su propia nación, su propia Isla de la Tortuga, sobre la que mangonear, y envestirse él mismo en “absolutus legibus”; esto es, libre y desatado de las leyes, como veía el abate Bossuet a su adorado Luis XIV. Un político de raza verdaderamente criminal siempre tenderá a manchar a su pueblo con sus delitos, convirtiendo su proceso judicial en un ataque odioso a su pueblo. “Mi procesamiento significará el mayor ataque de España a las ansias de libertad de Cataluña”.
No es el primer caso en la Historia en que el criminal trata de adquirir el poder político absoluto, el dominio o señorío político, para escapar de la justicia. La larga historia del Imperio Turco o también llamado de la Sublime Puerta, conoce algún caso chocante en el siglo XVII. Alcibíades, en la Atenas Clásica del siglo V a. C., se enroló en la Armada de Nicias para conquistar Sicilia, y así escapar del caso de impiedad de los hermocópidas. Hay quien dice ( v. gr. Gaston Boissier ) que los banqueros llevaron al poder absoluto a Julio César, de suerte que éste les pudiera pagar su elefantiásica deuda personal. Pues la cárcel o el destierro del ambicioso César hubiera supuesto el hundimiento del sistema financiero romano. Y es que a veces la salvación pública en una República corrupta depende de la salvación del criminal más poderoso. Ya entre nosotros, el asesino político Antonio Pérez, en su afán de escapar de las manos de Felipe II, incitó a Juan de Lanuza a enarbolar la bandera de la independencia del Reino de Aragón, lo que produjo la triste decapitación del Lanuza. Pues que de lo que se trata en el fondo es de convertir las pasiones e intereses privados en objetivos políticos.
Personalmente me importa un bledo el destino del pueblo catalán, si desea vivir al margen de la Historia de España de la que pudieran sentir algunos repugnancia, pero me alegra en mi fuero interno que las colectividades muy tocadas de megalomanía étnica, ética y económica, sufran la medicina con la que los dioses suelen castigar las hýbreis nacionales. Se le suele adjudicar a Unamuno la sentencia lapidaria de que “Si a los catalanes les diesen la mitad de lo creen valer ellos, aún saldrían ganando”. Y aunque siempre son injustas las calificaciones universales de los pueblos en una metonimia desquiciadora y falsa, a los gobernantes catalanes les podría venir bien la máxima presuntamente unamuniana. En eso los catalanes no pueden decir que no son unos buenos españoles, en que tienen los mismos gobernantes carotas y desaprensivos que el resto.
El día que Cataluña tuviese al frente de su movimiento independentista líderes honestos y desinteresados, líderes de corazón, entonces la independencia podría significar un futuro verosímil y posible, realizable, aunque siguiera siendo no deseable.
Los catalanes, que dieron a los hispanos el gentilicio de españoles, que con Roger de Lauria llevaron hasta Atenas los estandartes españoles frente a los turcos selyúcidas, después de haber vencido al Papa y haber conquistado Sicilia, Córcega y otras tierras, que imbuidos del espíritu cátaro o albigense introdujeron el primer ( y único ) espíritu burgués, comercial y emprendedor que ha habido en España, que han defendido siempre la libertad colectiva de los españoles frente a toda sinrazón totalitaria, son y serán siempre consustanciales al espíritu nacional, y sin ellos España perderá su identidad. Mas todo esto que es cierto no debe traducirse en ellos en una arrogancia y prepotencia impropias de un hermano. Son esencialmente españoles, y este hecho de existencia no desaparece porque otros españoles hayan podido ser con ellos malos hermanos o no los hayan entendido. Se ama al hermano aunque no se le entienda en ocasiones.
Ahora bien, quienes confunden a Cataluña con la Generalitat son los mismos lacayos que siempre confundirán a la patria con el patrón y a España con el suegro de Urdangarín. Pero ni Cataluña es Mas, ni España es el Rey. Afortunadamente. Y lo único que se les pide tanto a Mas como el Rey es que sepan estar a la altura de la grandeza de los pueblos que representan por su conducta y vida intachable.