¿Cómo serían las cosas en un congreso en el que los diputados no dependieran de su inclusión en una lista de partido por los aparatos dirigentes de estas organizaciones, sino que hubieran de ser personalmente elegidos, mediante la norma de la mayoría, por el grupo de ciudadanos que van a representar? ¿Qué sucedería si el presidente del Gobierno no fuera el jefe del partido cuyas listas resulten proporcionalmente más votadas, nombrado por un parlamento en el que sus propios delegados son mayoría absoluta, o entrando en oscuras componendas con otros partidos cuando le falten apoyos, sino que hubiera de ser personalmente ganador en otra elección democrática en circunscripción única nacional? Si la ecuación “mayoría del Congreso de diputados de aparato = presidencia del Gobierno de jefe(s) de aparato” es constitucionalmente obligatoria, ¿qué sentido tiene hablar de separación de poderes y control al Gobierno? Preguntas como éstas, que remiten a un nuevo orden institucional que impediría la oligarquía de las jefaturas de partido, no se pueden plantear en el espacio público español. No hay ni un solo medio de comunicación social, ni un solo periódico, ni una sola radio y ni una sola tv que puedan abordar con profundidad —y no muy ocasionalmente organizar algún debate o entrevista puntual— semejantes cuestiones, y menos tomar una línea editorial a favor de la alternativa. Esto a pesar de la crisis económica y de la “descomposición institucional” que muchos reconocen. O, ¿es que acaso los citados interrogantes carecen de interés, pertinencia, inteligencia y profundidad? No. No nos engañen, lo que falta en la opinión pública española es la libertad.