Las chicas de la nectarina (foto: Okinawa Soba) El 31.8% de los menores de 25 años españoles no posee un empleo, esto significa que casi uno de cada tres jóvenes con los que nos cruzamos ocasionalmente en el metro, en la Universidad o a la salida del trabajo, no tiene o tendrá capacidad de desarrollar sus sueños de formar una familia, de contribuir al avance del conocimiento o simplemente será incapaz de ayudar a los suyos a pagar el alquiler para poder llegar a final de mes. Un país en el que su sangre más joven está condenada al sostenimiento de unas estructuras oligárquicas rancias, poco formadas y sin capacidad de entender el mundo más allá de lo que su estrecha molicie personal pueda imaginar, simplemente no existe. Y España se contempla a sí misma con la desidia del que ha perdido cualquier dignidad moral y bromea sobre su incapacidad para siquiera luchar por cambiar su destino entre los cadáveres escombrados de las partitocracias europeas, rezumando corrupción y droga, como una prostituta en la cuneta de la que han abusado hasta reventarla. Una sociedad en la que sus jóvenes no pueden ser jóvenes sino simplemente “mandaos”, en la que los parados celebran la victoria personal de un deportista que no paga impuestos en el país como si fuera un acto colectivo de construcción nacional producto de un complejo de inferioridad; una sociedad en la que los vicios privados conforman el credo económico, en la que el arte modernitario cumple la misión de recordarle a las masas lo catetas que son al no comprender la intelectualidad facticia de sus gobernantes, que de paso se quedan con una suculenta comisión por la fingida obra de arte; una sociedad en la que se desprecia la inteligencia, la innovación y la ambición de ser honesto, es un fracaso colectivo del que las generaciones más jóvenes no merecen formar parte. Hace unos pocos años, los burdeles de la próspera España repletos de jóvenes rumanas, búlgaras, checas o bolivianas sin otro futuro en su país que el de ser prostituidas por menos dinero, constituían la principal fuente de impuestos de los pueblos de autovía hacia la costa, y eran protegidos por las oligarquías políticas locales. Hoy, después del orgiástico enriquecimiento de los de siempre, le toca el turno a vuestras hijas, así pues, ponedlas en fila que hay que pagar la deuda pública.