La escuela de Atenas (foto: Paideiarevista) En el discurso público, se ha puesto de moda hablar de “principios y valores” a la hora de enjuiciar los asuntos políticos, e incluso para defender ciertos programas de partido. Respecto a los principios, tomados como un conjunto de axiomas que pretenden describir lo que es, origen o base material de un razonamiento formal, debe exigírseles veracidad. No diciendo explícitamente lo contrario, hay que inferir que los valores son de orden ético (entendiendo por ética, según la definición de G. E. Moore, “la investigación general sobre lo bueno”), esto implica la intuición independiente de un deber-ser. Principios y valores participan los unos de los otros: el valor, en cuanto final de la serie causal de la voluntad, actúa como principio de la conducta; el principio, referido a la búsqueda de la verdad, es realización de un valor; y ambos sometidos a la regla de la no-contradicción. Sin aspiración moral a la verdad, podríamos llegar a no compartir nuestra existencia colectiva, perdiendo el sentido de la misma realidad. Los valores éticos son objetivos, universales e irreductibles entre sí. Resulta esencial la fusión, compartida por la mayoría, de un “principio nacional” con la asunción de los “valores éticos de respeto”, los mas bajos y fuertes según la jerarquización axiológica combinada Scheler-Hartmann propuesta por J. Mª. Méndez, como fundamento legal del Estado. Cuando en lo político se invocan constantemente “principios y valores” propios para oponerlos a los de otros, es, concediendo buena voluntad, o una manifiesta ignorancia axiológica, o la muestra inequívoca de que no existe Constitución. La pareja exhortación a la “defensa de los valores constitucionales”, al reconocer que no están a salvo del omnímodo poder de una transitoria mayoría parlamentaria, viene a confirmar lo segundo. Que los partidos políticos y quienes les sostienen se aferren al statu quo que les convierte en dueños del Estado, resulta comprensible; pero que en ninguna parte visible de la opinión se demande el imprescindible periodo constituyente, demuestra que es precisamente ahí donde no hay principios ni valores.