Juan Luis Cebrian (foto: Caja Manresa) Los jerarcas de la prensa española están enfadados con Zapatero porque no les recibe en La Moncloa. Consideran este trato una injusticia cuando el día 17 de febrero de este año ellos habían estado tan bien dispuestos a merendarse un solomillo en cierto restaurante abulense con el presidente y la vicepresidenta para discutir los detalles de la presentación de la crisis financiera al pueblo. Pero lo que es insólito no es, por supuesto, que el presidente se niegue ahora a hablar con ellos y pase el asunto a manos de algún subcomisariado. Lo que debería erizar el cabello de cualquier ciudadano con el mínimo sentido de la libertad es que el ejecutivo y la prensa, que debería ser ante todo de información objetiva y por tanto de oposición, se reúnan para pactar qué datos van a ser suministrados al maleado y crédulo demos. La pataleta concertada de Godó (La Vanguardia), Vargas (Vocento), Cebrián (Prisa) y Galiano (Unedisa), no hace más que acrecentar nuestra repugnancia por su inmundo vasallaje. No sólo estos siervos de poder están a años luz de querer enfrentarse al ejecutivo, sino que, ya acostumbrados a la vil servidumbre, quieren hacer pasar su pataleta como una “injusticia”. Aberrante es que la prensa quiera pedir ayuda al gobierno para prosperar (pues éste es el motivo por el que solicitan una reunión con el impasible Zapatero). Incalificable su desprecio por los ciudadanos, a quienes se deben legítimamente; inmoral su desdén por lo objetivo; despreciable su prostitución a los intereses oligárquicos de las finanzas y el poder; infame su manipulación informativa y alianzas con un poder ya de por sí descontrolado. Zapatero no se reúne con los grandes de la prensa: puro juego especular. Una apariencia de hoy sí, mañana no, y así todos convencidos de que existe cierta lucha de intereses. Claro: la del oligarca singular, alimentado por su ambición de más. ¿Qué puede esperarse de comercio semejante? ¿Cuán lejos puede llegar la rebeldía cuando todos los poderes del Estado, y el cuarto poder que debería estar fuera de él, están concertados entre sí y radicalmente separados de nada que tenga que ver con las necesidades reales de la ciudadanía? Resulta indignante; como comprobar cada día la indiferencia general. La costumbre: el trapicheo está a la orden del día.