Francisco López (foto: Patxi López) Los partidos estatales (no digo políticos porque no lo son) son acaso la organización más destructiva y nociva que hayamos conocido jamás. A primera vista esta afirmación puede parecer una exageración, pues todos conocemos a alguien que se identifica formalmente con determinadas siglas y no percibimos que sean personas malévolas, al contrario de lo que la propaganda nos ha acostumbrado a imaginar de los nazis o de los bolcheviques de la era estalinista. Pero reflexionemos durante un instante sobre el tipo de lavado de cerebro ideológico al que someten a sus correligionarios y nos daremos cuenta de que los partidos estatales reclaman una obediencia de criterio al menos tan férrea como la que piden ciertas comunidades religiosas, sólo que –y esto es decisivo– sin las directrices morales y de autotranscendencia que la religión ha ofrecido tradicionalmente. En definitiva, una obediencia sin contenido; la inclinación más arbitraria concebible, que jamás podrá ser criticada pues no se atiene a fundamento ninguno. Una verdadera jauja totalitaria con una astucia por lo que se ve muy capaz de ocultar su verdadera esencia. Mientras que la historia de las herejías y disidencias religiosas produce cierta sensación de vigor justo porque los dogmas no son invenciones arbitrarias sino cristalizaciones de la necesidad que se transforman a medida que asoman nuevos horizontes, en los partidos estatales advertimos sólo el tufo de la mendacidad. No sólo predican lo opuesto de lo que hacen, sino que sus prédicas son cambiantes como el viento, insustanciales: puro oportunismo. La razón estriba en la aberrante contradicción de que algo que es parcial por definición se entroniza como el todo en el Estado. Este bestial anacoluto hace de la hipocresía algo inherente al sistema e imposible de resolver desde él mismo. Poco importan las buenas intenciones de sus miembros. ¿Qué bienaventuranzas deparará, pues, por ejemplo, la coyuntura de la alianza PSOE-PP en el País Vasco? Se riza el rizo de la impostura y el oportunismo. Mas, ¿qué importa si a corto plazo permanecemos en el poder y asentamos la ilusión de que vivimos en un sistema plural y democrático donde todo es posible, hasta la convivencia pacífica de dos enemigos históricos? A los votantes de uno y otro partido ya no les extraña nada. Nuestra “democracia” es capaz de todo.