La foto de las Azores (foto: fluzo) Al observar a quienes acaparan la atención de unos medios de comunicación que han cimentado las famas de los que se pavonean en ellos, y a esos profesionales de la ambición, el oportunismo y el encumbramiento, es decir, a los mandamases políticos y ricos allegados que integran el club oligárquico, se aprecia en tales élites una parodia siniestra de aquellas “minorías selectas” que reclamaba Ortega.   “El País” denuncia con gran despliegue tipográfico la guerra sucia contra el terrorismo, pero no la que emprendió González, sino la que apoyó Aznar, según consta en un informe secreto que revela su connivencia con los vuelos en los que se trasladaban prisioneros a Guantánamo.   Si unimos a las ejecutorias de esos ex gobernantes, la del santificado Suárez (por obra de una infame Transición) y la que lleva Zapatero, por mucho que sus lacayos mediáticos sostengan lo contrario, la más alta gestión de esta Monarquía de partidos se ha caracterizado, en líneas generales, por la ignorancia, la prepotencia, el cinismo, la irresponsabilidad y la inmoralidad.   En la colmena rezongona de nuestra época las pasiones más comunes siguen siendo el ansia de enriquecerse a cualquier precio, el medro y la búsqueda de bienestar y placeres materiales, cumpliendo con aquella pretensión del anarcoindividualismo: la “asociación de egoístas” de Max Stirner o el “yo soy yo y mi circunstancia” que haría suyo (o copiaría sin citar la fuente, como ha desvelado García-Trevijano) el autor de “La rebelión de las masas”.   Aunque alimenta la falsa conciencia cívica con simulacros electorales que regulan el fraude político, el despotismo partidocrático necesita promover la tendencia a recluirse en un individualismo estrecho, obsesionado con poseer exclusivamente el yo y no compartirlo con nadie, pues de esta forma aparta a los ciudadanos de los asuntos públicos, apaga las pasiones comunes y elimina las ocasiones de actuar juntos. Pero una vez guarecidos del abuso de un poder, que pueda ser depuesto y que, separado, sea controlado y vigilado, la genuina vida política, con la alegría que nace de estar en compañía de hombres igualmente libres, consistirá en la acción colectiva para mantener, cambiar o empezar algo completamente nuevo.

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