Detalles del Triple retrato de Richelieu, obra de Champaigne, y Alfredo Pérez Rubalcaba (Partido Socialista) Rubalcaba / Richelieu Sin duda alguna Armando Juan du Plessis, duque de Richelieu, cardenal y primer ministro de Francia, se ha encarnado en el todopoderoso vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba, alumno de Nicolás Maquiavelo como lo era Su Éminence rouge. La misma alma encarnada en dos cuerpos poderosamente entecos sigue representando la razón de Estado en el Poder. Del mismo modo que al cardenal Richelieu no le importaba aliarse con los protestantes a fin de combatir a los enemigos del Estado, Rubalcaba es capaz de hacer excursiones al lado oscuro con el mismo fin. Pueden verse como grandes figuras políticas en la distancia del tiempo, como soberbios personajes de la Historia, pero a sus contemporáneos les daba/les da miedo y pavor. La historia es una galería de cuadros en la que figuran pocos originales y muchas copias, como esos queridos ríos de La Mancha que se ocultan bajo tierra para reaparecer un poco más lejos, dejando ver las mismas aguas en nuevas riberas. Ahora decimos que Francia se hizo grande por Richelieu, pero antes de su grandeza había perdido la dignidad (apresamiento sin juicio del mariscal Ornano, asesinato de Chalais, ejecución ignominiosa del mariscal Marillac, destierro de la Reina Madre, María de Médicis, muertes del duque de Montmorency, del conde de Soissons, del marqués de Cinq-Mars, favorito del mismo Luis XIII, represión brutal en La Rochela y mil crímenes de Estado más). Demasiada transgresión, demasiadas contravenciones, demasiadas mentiras, demasiados crímenes, demasiadas injusticias cometidas ofrecidas al siempre esplendente y voraz altar de la razón de Estado. Si Francia es grande sólo por aquella pasión religiosa a la razón de Estado, de nada vale su grandeza, puro oropel farisaico.   Aunque es palmariamente cierto que no podemos comparar, desde el punto de vista de la materialidad cuantitativa de los crímenes, los horribles asesinatos y ejecuciones de su Eminencia Roja con el caso Faisán, ambos mundos delicuenciales, por lejos que estén en el daño social que han comportado, participan, sin embargo, de la misma espantosa mundivisión estatal: el Estado, como principal servidor de la Nación, la Patria, el Reino o la República (desgraciadamente también las repúblicas conocieron sucesores de Richelieu, como el mismo Tocqueville reconocía), y ocupando el lugar de la Providencia para los súbditos hebetados, tiene todo el derecho a transgredir, quebrar o romper todo aquello que a los particulares está vedado por las leyes, convirtiendo los tribunales en bandas de comisarios iletrados si el Poder Judicial osa decirle el más mínimo “pero” a la majestad inmaculada del imponente templo octástilo del Estado ocupado por una ideología.   Todo gobierno de un Estado rubalcabano, único soberano y tutor, permite continuamente hacer como excepción lo contrario de lo que ordena. Rara vez quebranta la ley, pero la hace plegarse suavemente en todos los sentidos. En definitiva, la razón de Estado constituye una invocación hipócrita para la politización de la Administración del Estado en beneficio de los intereses de una facción estatal (en el caso de Rubalcaba, el PSOE). Desactivar la función persecutoria de criminales a la policía durante un determinado espacio de tiempo en aras de un indigno y cobarde bienestar general fue razón de Estado. Del mismo modo que es razón de Estado apresar a ciudadanos en la tercera vigilia de la noche, en el conticinium, sacándolos de sus camas esposados, acusados falsamente de haber empujado levemente a un ministro de la facción estatal de la razón de Estado durante una manifestación. Del mismo modo que es razón de Estado exhibir esposados ante el escarnio público a unos cuantos militantes del PP acusados falsamente de corrupción pública. Son sólo unos cuantos ejemplos de acciones perpetradas por este gobierno que abandera la razón de Estado.   Pero frente a este Richelieu/Rubalcaba se encuentra un Rajoy/Mazzarino que sostiene la candidatura de Camps pese a quien pese, a machamartillo, con absoluta independencia del grado de criminalidad que se sustancie en la trama Gürtel contra Francisco Camps. Ciertamente esto no es razón de Estado, pero es un magnífico entrenamiento para un aspirante a un futuro gobierno que ejerza igualmente la razón de Estado. La verdad es que estas mezquinas prerrogativas de la razón de Estado de que goza el Gobierno llenan de envidia a los actuales aspirantes al Gobierno.   La única diferencia que puede existir entre la razón de Estado de Richelieu y Mazzarino, por una parte, y la de Rubalcaba y Rajoy, por otra, es que la razón de Estado de aquellos ilustrados cardenales estaba enmarcada en un naciente estado totalitario, con algunas islas medievales de libertad, y la de nuestros dos genios compatriotas lo está en el marco de un estado parcialitario que funda la actual partidocracia, sin ninguna isla de libertad que no fiscalice el ojo jehovático del Estado, pero que está envestido por ese carácter absoluto que le dio Bossuet al estado francés (“rex absolutus legibus”, el rey está libre de las leyes, el gobernante, como lex loquens, está por encima de esos “magistratus muti” que son las leyes). Rubalcaba o Rajoy son esas moscas gordas de las que hablaba Anacarsis que pueden salir siempre airosas de las telarañas que representan las leyes para ellos.   Los secuaces de la Razón de Estado, como la esfinge, responden siempre con una pregunta que desvía la pregunta primera como una rodela la saeta que buscaba el corazón de la verdad. Por ejemplo, hace veinte años pregunté a Rubalcaba en el despacho que tenía Ansón en La Razón lo siguiente:   – ¿Por qué habéis sacado del currículum común de la Secundaria materias como el Griego y el Latín, de cuyos estudios España ha sido cima y prez gracias a los trabajos de sabios como Rodríguez Adrados, Agustín García Calvo, Mariano Bassols de Climent, Antonio Tovar, Luis Gil, López Eire, Carmen Codoñer, Miguel Dolç, Manuel Alvar, Antonio Fontán, Fernández-Galiano, Francisco Villar o Lisardo Rubio?   Y Su Eminencia Rubalcaba me contestó:   – Dime un país en Europa en donde sea obligatorio estudiar latín y griego. ¡Qué finta! ¡Vaya esgrima verbal! ¡Y qué gran cardenal ha perdido la Iglesia!   Pobre país, que de los pocos políticos capaces que posee, ninguno se toma en serio lo del Estado de Derecho.

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