(Foto: Nin(j)a) Razones revolucionarias Hay razones a más no poder para ser revolucionarios. Conviene que los incautos, los ilusos reincidentes, los conformistas, los indiferentes, los pesimistas, y los ignorantes las conozcan. No para convencerles, aunque sería deseable, ni para discutir, sería interminable, sino para que no subsistan en el engaño. Miedo, prejuicio y rutina son grilletes que atrapan la mente, en el autoritario pensamiento único del consenso político, de la razón de Estado. Para liberarse de la servidumbre voluntaria y tomar conciencia de la realidad, basta cultivar la inteligencia crítica sobre los asuntos públicos que nos afectan y conciernen. La libertad de pensamiento nos descubre la verdad política, ésta necesita que la libertad de expresión la divulgue y trascienda.   La realidad política demuestra la perversión del Estado de partidos. La soberanía está repartida entre partidos, travestidos con armaduras del Estado. El fraudulento sistema electoral proporcional, deja a la sociedad sin representación política y al poder político sin control. El diputado sólo representa a su jefe de partido y actúa bajo su mandato imperativo. No hay poder legislativo ni judicial, no existe separación de poderes ni de funciones, sólo de funcionarios subordinados al poder ejecutivo; el jefe del partido que gobierna nombra y dispone los tres poderes del Estado. Grupos de presión de grandes empresas son los que tienen la iniciativa legislativa.   Nuestras razones no tienen veladuras ideológicas, ni se amparan en doctrina alguna, tampoco nos mueven razones absolutas, abstractas o ambiciones de poder. Somos revolucionarios por razones vitales y objetivas, porque hemos identificado el fraude de todos los que sostienen este ilegítimo y corrupto régimen de poder, fundamentado en la mentira, la demagogia y la colusión. La consecuencia de la cínica fusión de intereses oligárquicos entre capital financiero especulativo, partidos y sindicatos estatales y sus medios de propaganda ha causado una crisis económica de cifras aterradoras, que no saben resolver sin bancarrota estatal, miseria social y ruina de futuras generaciones. Sus reaccionarios planes pueden transformar, en un momento dado, la sumisión en rebelión.   La primera función revolucionaria es desvelar un descubrimiento; la evidencia de que la única verdad política, en la relación de poder, es la libertad colectiva. El conocimiento de la raíz del problema político genera la energía social para su solución, impulsando la organización horizontal de la acción colectiva de la libertad para todos. La agitación social y cultural de esta fuerza política irreprimible hay que encaminarla hacia la apertura de un periodo de libertad constituyente, donde no haya más poder que el de la libertad política colectiva, fundadora de la República Constitucional.   La revolución realizable que nos propone la Teoría Pura de la República, trata de la forma republicana de Estado y de vida pública capaz de establecer, con la libertad política, la democracia representativa, garantizada por el equilibrio y separación de poderes. La Nación, representada por una Cámara de Representantes elegidos en cada mónada electoral, con potestad de promulgar leyes a través del Consejo de Legislación, elegido por la propia Cámara. El Estado, personificación de la Nación, titular del poder ejecutivo, dirigido por el Consejo de Gobierno designado por el presidente de la República, elegido en elecciones presidenciales directas. La Justicia mantiene la autonomía del poder judicial, concretada en el Consejo de Justicia designado por su presidente, elegido en elecciones directas por los participantes en el mundo judicial.   La República Constitucional introduce el valor supremo de la lealtad en los memes de la política, convirtiendo la lealtad familiar en vecinal, por lealtad a la especie y a la naturaleza.

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