Metralla estelar tras la explosión de una supernova (foto: nasa1fanMSFC) Paraciencia política Con los “Principios matemáticos de filosofía natural” Isaac Newton asentó los fundamentos de la ciencia moderna introduciendo la noción de gravedad como fuerza universal imprescindible para calcular el movimiento de los planetas, satélites y cometas. Pero Newton se hizo famoso cuando ejerció el cargo de Maestro de la Moneda, supervisando la producción monetaria de Gran Bretaña y diseñando sistemas de seguridad contra el fraude. En ese momento, el gigantesco proyecto de los Principia que había concluido en 18 meses (tres libros y cientos de pruebas y teoremas basados en complejos cálculos) empezó a concitar la atención pública. Aunque en la teoría general de la relatividad Einstein señalaría que la gravedad es una consecuencia de la curvatura que experimenta el espacio alrededor de un objeto masivo y que por tanto, el análisis newtoniano sólo era una aproximación, el autor de los Principia dejó claras sus intenciones: calcular el resultado de la gravedad, no explicar la naturaleza de ésta, lo que, por cierto, sigue siendo un gran misterio. A estas alturas, sólo se ha observado un diez por ciento de la masa de un universo invadido de materia oscura o de algo, hasta ahora invisible, que pudiera explicar las fuerzas gravitacionales que conforman las galaxias y sus agrupaciones. En el campo de los asuntos políticos no es que la ignorancia sea sideral, es que simplemente no se admite que la ciencia los ilumine. Así, nadie, en el planeta oligárquico y en sus satélites mediáticos (la universidad ya no cuenta: es un paisaje lunar), sostiene que decir la verdad sea un imperativo político. Esta falta de refinamiento intelectual deriva de la situación en que se encuentra la “ciencia política” desde que Maquiavelo tuvo el acierto de separarla de la moral y de la religión, y desde que Vico cometió el error de concentrar en el Estado el momento de la ética política. Tan arraigada está la opinión de que es esencial el arte de mentir que si un político se atreviera a decir la verdad no sería creído. El relativismo moral de decir la verdad en política según criterios de utilidad no fue resuelto por los dos pensadores que trataron de superarlo a través de la estadolatría. El deber de veracidad fue limitado por Croce a los momentos de necesidad histórica, y por Gramsci, a los de necesidad política para las masas. La subordinación de la verdad a la razón de Estado implica la suplantación de la libertad por la necesidad de engañar, precisamente en las situaciones de crisis donde más útil sería afrontar las cosas tal como son. Para fundar el deber político de decir la verdad podemos atender a la correlación que guarda con la estructura íntima del poder político. La ciencia política cometió el mismo error que la física cuando creyó haber encontrado en el átomo el cuerpo irreductible que le permitió independizarse como ciencia. La estructura del poder político es divisible en un elemento de fuerza (Estado) donde radica el monopolio legal de la violencia, y un elemento de razón (Gobierno) en el que reside la hegemonía de la sociedad civil. La estructura del deber político reproduce esta dualidad. A la fuerza del Estado corresponde la responsabilidad objetiva. A la razón del Gobierno, el débito de la veracidad. La separación de poderes, es decir la responsabilidad política (con la consiguiente defenestración del que ha hecho mal uso del poder conferido), es la materia de la democracia. Sin embargo, soportamos la carga de la antimateria oligárquica (la antimateria no puede existir en presencia de materia, puesto que se aniquilarían entre sí) que consagra la irresponsabilidad e impunidad del gobernante mendaz: “el Estado se defiende también en las cloacas, y en todo caso, no hay pruebas ni las habrá”; “las armas de destrucción masiva que posee Irak nos obligan a participar en la guerra”; “no habrá crisis económica, y si la hay, no será para tanto porque tenemos el mejor sistema financiero del mundo”. La era de la exploración del espacio, de los microprocesadores y de la biotecnología, sigue siendo también la de la astrología y los curanderos. Así, los medios informativos ponen su potencia difusora al servicio del ocultismo político: el espiritismo de la soberanía popular, los jefes/hechiceros de los partidos estatales, la cartomancia ideológica y la superchería financiera. No obstante, el Régimen comienza a emitir esa clase de rayos, los gamma, que son el producto de las colisiones y colapsos masivos que se dan en el universo. Y es que empiezan a surgir grietas en la partidocracia que amenazan con convertirla en una densa estrella de neutrones o en un agujero negro con trampas gravitacionales tales (dispendio y corrupción) que la luz no puede escapar de ella.