Trenes hacia la vida, trenes hacia la muerte (foto: Mato en Europa) La especie demenciada A pesar de que lo intenté en múltiples ocasiones, presenté instancias, rellené impresos, sellé papiros, nunca fue aceptada mi solicitud para sentarme en la piedra ‘Omphatos’ (ombligo) del templo de Delfos. No me movía entonces, en aquella tierna juventud, pasión alguna para hablar a los griegos acerca del futuro que habría de llegarles. Pienso ahora que la ebullente testosterona era la que me impelía a acercarme a las pitias, jóvenes y vírgenes doncellas entregadas a los ditirambos del oráculo epicentro del despertar de nuestra civilización. Frustrado en mi temprana vocación, por mil caminos me llevó el tiempo hasta que un día comencé a mirar e interesarme por el derredor de la existencia que yo quería vida. Que no es lo mismo. En el siglo XXI me hallé entonces, sin haber conseguido jamás doctorarme en el santuario de Dionisos, en medio de un torbellino de preguntas, ante un huracán de información, anonadado entre conductas y decisiones, boquiabierto frente a esa cosa dada en llamarse ser humano y que había llevado su soberbia hasta despreciar la química animal que lo sustenta y enfrentarla a artificiales construcciones en base a mil vectores y degeneraciones sociales absolutamente carentes precisamente de la inteligencia que se jactaba de poseer. Así que un día me vino a la mente un pensamiento: ¿Qué puede esperarse de una especie que destruye su propio hábitat y elimina con extrema crueldad o mantiene en el infierno a la mayor parte de los individuos que la constituyen? Entre carcomidas maderas de bibliotecas y hemerotecas descubrí que, una vez más, no había sido original y que en el ejercicio del análisis y el pensamiento, luego ejercicio con el lenguaje, me habían precedido muchos hombres y mujeres alucinados también por el proceder de un primate evolucionado capaz de movimientos inauditos, contradictorios, paradójicos. Capaz de moverse al unísono hacia delante y hacia atrás sin dejar de lado jamás la violencia y la depredación en sus aspectos más amplios y viscerales. Ustedes encontrarán en los libros todas estas cosas mucho mejor contadas y hasta descontadas, porque el hecho informativo tanto lo es, noble heredero de la tradición oral, como cumple asimismo la función deformativa sin que pierda nunca esa aureola de bondad y valores que interesadamente se le han concedido en agradecimiento a su contribución a que nada cambie aunque cambien los titulares. Creo que no soy en exceso críptico, aunque la economía de lenguaje y tiempo me obliga al ahorro, ejercicio olvidado y a olvidar cuando aparece como un basilisco indocumentado ese canallesco tópico llamado crisis, algo inherente al caminar, pero que en ocasiones se comporta a la vez como tozudo borrico y venenosa serpiente. Eso sí, ya con sus respectivos dni absolutamente en regla. En un mundo donde la sabiduría se desprecia y se arrincona, donde la insistencia en mantener errores es tan absurda que, al cabo, los efectos revierten negativamente sobre aquellos pegados a la más triste pobreza intelectual y moral, en un mundo donde la mediocridad ha sido capaz de colocar el parecer sobre el ser, en un contexto en que se ha perdido la conciencia de especie, la denominada clase política en general y la española muy en particular, aún no ha advertido que nos encontramos ante una crisis de sistema. La incapacidad de liderazgo, la mezquindad más ridícula, la mentira, la manipulación de palabra y conciencia, la dedicación en exclusiva a la dentellada por el poder, los comportamientos más despreciables, la falta de respeto al ciudadano y su bienestar, son rémoras causantes de la ausencia de visión de futuro. Ni siquiera creo que la palabra crisis, entendida en el sentido tradicional, sea la adecuada para concentrar en un vocablo los problemas de nuestra coyuntura. Estamos ante una especie demenciada, regida por los patrones más primarios y elementales, que se muestra incapaz de enfrentarse a los verdaderos temas de fondo. Si esta vez vuelve a imponerse el parcheo sobre obligadas iniciativas que, de tan evidentes, ya gritan, habremos perdido la gran oportunidad de comenzar a construir un sistema de convivencia sólido sin perder de vista lo que cualquier mente inquieta debería tener muy claro: es necesario asumir de una vez por todas que somos una especie más que comparte con otras muchas el planeta tierra dentro de un entramado interdependiente que, al haber sido obviado, entre otras cosas ha provocado lo que Luis Racionero ya definió un día como ‘progreso decadente’ y que señalaba anteriormente como nuestra peculiar capacidad de ir hacia delante y hacia atrás al mismo tiempo. Las palabras y frases grandilocuentes en torno a las que se estructuraban los discursos de los políticos hace menos de un año se han esfumado con la complicidad de los múltiples órganos de manipulación. ¿Qué fue del inmediato pleno empleo?¿En dónde hiberna el Estado del Bienestar?¿Qué se hizo de la Europa de los Ciudadanos y su ‘esperanzadora’ Constitución?¿Qué era eso de la globalización?¿Cómo de repente nuestro ‘sólido’ sistema de Seguridad Social se precipita al abismo?¿A dónde fue la España que saldría la primera de la crisis gracias a su fundamentada y funcional economía?¿Por qué Angela Merkel anuncia el fracaso de la convivencia multicultural? lo que no es más que el anuncio de un próximo enrocamiento de la Unión Europea frente al exterior. ¿Por qué Obama llama a Zapatero a la luz de los ojos del mundo para instarle al control de un país en el que se mueve como un zombi despejando balones? ¿Por qué nuestros sindicatos tienen tanto ‘éxito’ que, a los tres días de una huelga general, el presidente de la Patronal advierte que “hay que trabajar más y ganar menos”, mientras el Ejecutivo está en Belén con los pastores? Las disfuncionalidades y despropósitos están ahí y es obvio que sólo la sociedad civil puede instar a cambios que, en España, pasan ya inevitablemente por una República Constitucional. Según los datos que se han derivado y hecho públicos a raíz de las actividades del Año Europeo contra la Pobreza y Exclusión Social – paradójico y siniestro momento – hay 1.400 millones de pobres en el planeta; en España, un millón más desde que comenzó el derrumbe económico. En los últimos 20 años, el desempleo no ha dejado de crecer y, por el contrario, no han dejado de decrecer las partidas presupuestarias dedicadas a gastos sociales. Para mayor desgracia, el envejecimiento de la población destroza la capacidad para atender en el futuro cercano a los mayores. Cada vez menos tendrán que mantener a cada vez más. Irresoluble ecuación. Y acabo: estoy convencido de que estamos ante una profunda crisis de sistema en su más amplia acepción. Y aún tenemos nerones y calígulas dirigiendo nuestro destino y el de nuestra especie. O espabilamos, o arderá Roma e Incitato dormirá en nuestro jergón. Porque las hediondas cáligas hace ya tiempo que tienen cerrada la boca y la mente de muchos. Demasiados.