El presidente boliviano, Evo Morales, debe ser elogiado por su ingenuidad personal, virtud tan escasa y rara en la vida política. Pero esta vez se ha equivocado. No era asunto vital para Bolivia, la expropiación de Red Eléctrica Española (REE). Y no tanto por la decisión política, que el tiempo dirá si ha sido acertada, como por el hecho jurídico de que toda expropiación ha de ser pagada con un precio, llamado justiprecio, y nunca mediante compensación.  El vicepresidente boliviano, Ávaro García Linera, habla de “compensación” y de que ésta será “diminuta” o “nada”. Por el contrario, el presidente de REE, José Folgado, estima que tras haberla saneado y reflotado, la compañía española vale 124,7 millones de euros, cuando le costó 69,2. España puede acudir a organismos judiciales internacionales si no hay acuerdo con Bolivia.

Todas las leyes de expropiación forzosa en el ámbito nacional e internacional mencionan la apertura de un proceso para establecer ese precio justo. En sus primeras declaraciones, Evo Morales dijo que sería respetuoso con las leyes, pero ahora se ha dejado arrastrar por la cultura izquierdosa de Cuba y Venezuela. Evo Morales ha renunciado a su inteligente ingenuidad. La virtud que lo distinguía  de los demás jefes políticos en América del Sur.

Trevijano siempre ha defendido el valor de la ingenuidad en la acción política, cuando se sitúa en el campo de los sentimientos. Diferencia la ingenuidad  cordial de corazón, una virtud, y la ingenuidad mental,  un vicio del cerebro. Solo esta última es infantil y peligrosa. Por eso Morales decepciona. No conserva la dosis de ingenuidad que tienen los pueblos indígenas. En los informativos de Radio Libertad Constituyente, el escritor Federico Utrera recordó ayer la defensa de la ingenuidad que el dramaturgo Fernando Arrabal realizó en su libro “Houellebecq”, haciendo sinónimas las palabras “genio”, “ingenio” e “ingenuo”. Trevijano lo corroboró: “Una persona ingenua es moralmente un genio porque en medio de la corrupción no se contagia. Esa es la tristeza de Europa: un continente de países viejos corrompidos sin dosis alguna de ingenuidad”. Ambos defendieron el valor de la espontaneidad tal y como lo hacia el filósofo Leibnitz o el escritor Ramón Gómez de la Serna, que creía que lo genial solo puede regir en los actos espontáneos y desinteresados: “la espontaneidad es un valor derivado de la ingenuidad, pues con ella posees la creencia de que tu generosidad va a producir algo bueno, porque si realizas un ejercicio de cálculo compruebas que ese acto generará enemigos y desestabilizará las sociedades basadas en los lazos materiales de los intereses creados. Siendo ingenuo, nadie ha podido anular lo  genuino de mis vivencias. Siempre he preservado el valor de lo genuino. La sabiduría combina la ingenuidad con la experiencia porque esta última enseña los peligros de la primera”.

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